Vivimos en una sociedad en la que, sin darnos muchas veces cuenta, lo queramos o no, estamos supeditados a ciertas normas de conducta y moral, mitos y generalizaciones y al qué dirán, por eso no es de extrañar que para algo tan simple y mundano como salir a cenar y pagar la cuenta se convierta en un auténtico pifostio y objeto de discusiones, inseguridades, críticas y un largo etcétera de comeduras de tarro que no deberían ser así ni dedicársele tanto tiempo.
Generalmente, cuando se sale en grupo no debería haber mayor problema: salimos, comemos y bebemos lo que cada una quiere y después se divide la cuenta entre todas las que somos y pagamos a escote,o a medias, que es lo mismo; vamos, yo no sería tan gilipollas de plantearme pagar la cena de todas mis amigas, no soy millonaria, otra cosa es que sea mi cumpleaños o quiera celebrar un éxito profesional o personal y quiera invitar a un aperitivo o a una ronda de cervezas, eso es más razonable. Pero aún así, no pienso que nadie se tenga que sentir con la obligación de invitar porque sea el santo, la jubilación, se vaya de casa el hijo garrapata o lo que sea, esto de invitar se hace porque uno lo siente y le apetece, sin esperar ni tener la intención de que ese favor sea después devuelto por los otros, aunque tampoco estaría mal. Por otra parte, debo decir que yo, por suerte, tengo amigas, contadas eso sí, con las que sé que hoy le pago la cena porque no lleva dinero encima y que me lo compensará otro día invitándome ella, o al revés, y afortunadamente no hace falta que nos lo recordemos ni tenerlo firmado con un contrato legal, pero para llegar a estos niveles estamos hablando de que debe haber detrás una relación de amistad bien trabajada, larga y fuerte, no de la amiga que conocí hace dos meses.
Ahora vamos al terreno pantanoso: las citas. ¿Qué c*j*nes hacemos ahí? Y no me refiero al novio de larga duración ni a los matrimonios, se supone que en estos casos "lo tuyo es mio y lo mio es mio, digo tuyo", nos entendemos, ¿no? Estoy hablando de las primeras cenas que compartes con alguien, que ya de por sí son incómodas, porque cuando empiezas a compartir menús con esa persona que podría ser "superespecial", de repente, tu forma de comer y tragar el vino, que a ti te parecía tan normal, ahora te resulta escandalosamente ruidosa, las normas de conducta en la mesa te parecerán dificilísimas de aplicar y seguramente, no habiéndote ocurrido nunca, en esa esperada cita se te quedará un resto de orégano de la ensalada entre los dientes, y te darás cuenta cuando llegues a casa y te mires al espejo. Triste pero cierto. Si se pierde la naturalidad con la que te enfrentas a las comidas en grupos de amigos, ¿cómo será el tema de pagar la cuenta con una persona que apenas conoces pero que resulta ser una puñetera cita (una palabra cortita, que por desgracia tiene mucho peso)? Algunas mujeres prefieren ser ellas las
que paguen, tal vez para dejar claro su estatus de mujer independiente y que no busca una pareja para ser mantenida; otras hacen todo lo contrario, se hacen las remolonas o se van al baño "a retocarse" justo cuando llega la bandejita con la factura, para ahorrarse el momento incómodo de ver quien paga o para forzar a que pague él, he llegado a oír comentarios como que, como los hombre suelen tener sueldos económicos más altos que los de las mujeres, ¡pues que para eso que paguen ellos! Qué cavernícolas algun@s... Yo soy del grupo intermedio, o al menos pienso igual: las primeras citas son encuentros con una persona prácticamente desconocida, incluso si se le conocía de antes y era un amigo, ahora ha pasado a un nivel distinto y obliga a comenzar una nueva relación de confianza, por lo que volvemos a encontrarnos con un semi desconocido y, sinceramente, yo de un desconocido no espero que me pague la comida ni yo pagársela a él, así que lo lógico es que paguemos la cuenta a medias y ya veremos después, digo yo.
El caso es que algo tan placentero como una buena cena, un aperitivo y unas cervecitas fresquitas con buena compañía, ya sea amigos, familia, pareja o alguien con quien coincidas en la barra, no deberían verse estropeadas por las puñeteras normas de protocolo, y menos por la cartera. En todo caso, lo único que hace falta saber hacer, como dice mi marido, es el gesto universal con la mano para pedir la cuenta y que no todo el mundo sabe hacerlo con gracia y estilo, para que, estemos en la punta del mundo en que estemos, se nos entienda y nos puedan dar la cuenta, lo de cómo pagarla ya iría sobre la marcha, sin agobios.
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