martes, 24 de octubre de 2017

Escritora frustrada

Ayer estaba muy cabreada como para escribir de forma racional, hoy el cabreo ha ido a menos, pero ha dejado sitio a la frustración y al desengaño.  Generalmente utilizo este blog para hablar de temas que, de algún modo, afectan directamente a la figura de la mujer. Pero bueno, si  quiero ponerme quisquillosa en ese sentido, la semana pasada comenzaba con la celebración del Día de la Escritora, algo que consideré como un amuleto como autora, ya que, la semana la cerré con la presentación oficial de mi segunda novela, Descubriendo a Carla, en Casa Del Libro Alicante, concretamente el viernes 20 de octubre.
Resultado de imagen de descubriendo a carla casa del libro
Para mí era un honor presentar mi novela con el supuesto respaldo de un gigante, en lo que a a librerías se refiere. El evento fue genial, hubo gente, se habló, se opinó, reímos… en fin, una experiencia muy buena. Al concluir la presentación me despedí del gerente de mi editorial y de mi editora, que me confirmaron que algunos ejemplares que ellos habían traído de Descubriendo a Carla se quedaban en la librería unos días como parte del proceso. Después hablé con un trabajador de Casa del Libro que me aseguró que sí, que los libros se quedaban durante una semana, al menos, y que estarían expuestos en la estantería de “actualidad”. Yo, confiada, me fui a hacerme un copazo de vino con mi marido y unos amigos para celebrar que la presentación había salido de p*** madre, contenta y feliz como una perdiz de saber que, se vendiera o no, mi libro iba a tener la oportunidad, durante unos días, de estar a la vista de mucha gente.
Ayer lunes, aprovechando que había quedado con una amiga para comer por Alicante centro y que ella no había podido ir a la presentación, nos acercamos a la susodicha librería, para que ella adquiriera uno de los ejemplares que temporalmente estaban ahí. Un inciso: el domingo no abrió la librería, por lo que el único día que había estado, hasta el momento, mi libro en la estantería de “actualidad” era el sábado. Mi amiga entró a Casa del Libro, yo me quedé fuera; al ver que tardaba, me asomé un momento y ella me hizo la señal de que esperara, en ese momento, creo que el dependiente con el que hablé el viernes y que estaba por allí me reconoció. Cuando mi amiga salió del establecimiento, lo hizo con las manos vacías. Según le había explicado el dependiente, que por su reacción de ¿bochorno? y sus largas explicaciones creo que me vio y me reconoció, al parecer hubo un error: un compañero suyo había hecho la devolución de los libros por equivocación (¿en serio? ¿después de tan solo un día laborable desde la presentación?), que se sentía fatal porque así no era como había quedado con la autora (o sea, yo) y que inmediatamente iba a pedir de nuevo a la editorial un libro para ella y, además, otros cuatro (uuufff, cuidado) para tenerlos durante unos días en estantería.
Por supuesto, tras escuchar la historia no me entraba ganas de otra cosa que no fuera la de ir a la tienda y montar un pollo en medio del local. Pero calma, Elena, se supone que las cosas no se solucionan así y solo voy a hacerme un flaco favor a mí misma; me costó contenerme, pero lo hice e inmediatamente llamé a mi editora para ponerla al tanto de todo esto, se supone que esa es la vía “adecuada”. Aunque debo decir que a veces una se cansa de hacer lo correcto.
Resultado de imagen de descubriendo a carla casa del libro
Después de todo esto, solo puedo sentirme engañada, estafada, timada por una de las grandes cadenas de librerías de nuestro país, donde se supone que quieren dar cabida a todos los autores posibles. Mentira. El hacer una presentación de una novela un viernes tarde-noche y que los libros ya no estén en la tienda un lunes a las 11 de la mañana no es por un error, es la intención de querer quitarse el muerto de encima y no contaban con que alguien fuera a preguntar por él. Si no eres un autor consagrado, un escritor que haya adquirido una rápida popularidad o una celebridad a la que le ha dado por escribir un libro, no eres digno de estar en sus locales. Yo creo que en estas librerías hay cabida para todos y todas, escritores y escritoras, consagrados o nóveles, populares o desconocidos, pero para eso, hay que reducir, un poquito, los grandes expositores publicitarios formados por libros de Ken Follet, los altares con la nueva biografía de Terelu Campos o las pirámides amontonadas de ejemplares de Ruiz Zafón para hacer un poco de hueco a otros escritores que merecen la oportunidad de ser vistos, y a la vez que digo esto, a mí me encanta comprar y leer obras de autores populares y consagrados, no estoy haciendo un complot contra ellos. 
Pero las grandes franquicias buscan eso, el negocio, la forma más rápida de hacer dinero, y se olvidan de lo más importante: el pedazo de alma, el esfuerzo y el cariño que un escritor deja en sus libros, durante su largo y difícil proceso de crearlos.
Casa del Libro, la librería de El Corte Inglés, Fnac etc…, tienen muchos medios para dar la oportunidad de que un libro tenga su pequeño espacio en una estantería, aunque sea durante una semana. Sin embargo, por mi experiencia, me he sentido muchísimo más arropada y bien tratada por las pequeñas librerías y papelerías con las que he contactado para distribuir mi novela que por todos esos grandes gigantes. Grandes, pero a mi modo de ver, huecos por dentro, sin identidad.

Espero que, en algún momento, los jefazos y gerentes de esas grandes cadenas de librerías recapaciten y que en un futuro los autores que apuesten por esas casas sean mejor tratados. Y ya puestos, espero que esta frustración que se puede sentir, si a otros escritores o escritoras les ha sucedido lo mismo que a mí, no les frene a la hora de seguir luchando por sus sueños.

domingo, 15 de octubre de 2017

Las que tardamos menos de 30 minutos en arreglarnos somos la resistencia

Hace varios días, una niña a la que le tengo mucho cariño me preguntó que si cuando era más jovencita era tan guapa como ahora y yo, a todo esto, descojonándome, porque nunca me he considerado guapísima de la muerte, siempre he dicho que soy del montón bueno.

Resultado de imagen de poco arregladaUna vez recuperada la seriedad le dije la verdad, “Mira, en los años en que yo iba al instituto, tenía la cara llena de granos, un pelo encrespadísimo y muy pocas ganas de mantenerlo a raya, llevaba braquets de punta a punta de mi dentadura (solo faltaba que por mi boca circularan los coches del escalestric), vestía con chándal todos los días porque me podía más la comodidad y no se me sumó lo de llevar las gafas de culo de botella porque meses antes había conseguido que me hiciesen las lentillas”. La cría que se quedó satisfecha, ¿tal vez aliviada?, con la respuesta, o bueno, eso pienso yo. Porque más de una seguro que agradece saber que no todo lo que se nos vende es real.
Imagen relacionada
Se supone que esta Barbie se va a dormir... Sin desmaquillar
Nunca he visto en un catálogo de juguetes a una Barbie (Cindy, Bratz, Nancy) con una estética en plan maruja o, simplemente, con ropa cómoda, si hasta cuando sacaban una de Barbie de “andar por casa” ésta iba con su camisón con encajes, un chándal con purpurina, jamás despeinada e incluso con el maquillaje de rigor (y sí, la del camisón, la que se va a dormir, también). Con la experiencia te das cuenta de que, si pones en práctica todos los métodos y momentos de maquillaje de Barbie, de la única forma en que puedes acabar es con unos ojos de oso panda, con un rastro que llega hasta las rodillas.
Pero la culpa de todo esto del ritual de acicalamiento intensivo, además de las muñecas que van pintadas como puertas, es de las dichosas series de TV de instituto. Compañeros tira que va, eran algo más normalitos, pero en Al salir de clase te vendían que con 17-18 años podías ir al instituto, tener un fondo  de armario increíble, llevar siempre una dentadura perfecta y, por tanto, ninguna necesidad de ponerte aparato, problemas y tiempo para cualquier cosa menos para estudiar y responsabilidades como trabajar en un bar después de las clases y compartir piso con otros adolescentes, sin planearnos ni siquiera cómo leches se las apañaban para pagar el alquiler, ese fondo de armario, las fiestas, las mechas y cortes de pelo etc. ¿Y el acné? Como si lo hubieran exterminado. Física o química ya fue el acabose, para qué hablar más.
Las películas rollo americanada de instituto también han tenido mucha culpa para que las adolescentes tengan esa presión de ir al instituto no como adolescentes, sino como mujeres: el mismo plan que Al salir de clase de “la vida es tan fácil cuando estudias y juegas a ser adulto a la vez”. Al menos no todo es así, hay películas como Chicas Malas que, a modo de parodia, explican la auténtica  fauna que se mueve por los institutos: las crueles abejas reina, las empollonas, las gorditas, las frikis asiáticas, las marimacho…, en esta cinta, el papel de la jodidamente estropeadísima Lindsay Lohan es buenísimo, porque se mete en la piel de una cría normal, ingenua, fuera de onda tirando a rarita y que defiende su gran personalidad, pero que inevitablemente acaba siendo absorbida por los cánones de belleza que marca esa sociedad estudiantil, terminando por ser, sin darse cuenta, una pequeña zorra materialista sin personalidad.
Imagen relacionada
(Al salir de clase) Se supone que estos eran "adolescentes"
Recuerdo como si fuera ayer mis días de instituto, todavía éramos muchas las que escapábamos de las frivolidades propias de mujeres adultas y sacrificábamos el maquillaje mañanero y el alisado de pelo con plancha por un rato más en la cama. Es que, joder, teníamos 15 años. Después se abrió ante nosotras el gran templo de Bershka, las que conseguían trabajo allí para las campañas de Navidad y rebajas eran las putas amas, porque comenzaban a tener ropa a gogó e iban divinas de la muerte, el resto éramos unas pringadas que no cumplíamos con el perfil de lo que empezaban a pedir nuestros círculos sociales y nuestra ropa ya era de risa. Hoy en día se siguen percibiendo lo que fuimos y en cuál de esos estratos o capas nos encontrábamos. Por ejemplo, yo sigo apurando mis horas de sueño, por lo que tengo que arreglarme para ir a trabajar en cero coma, por lo que el resultado de mi aspecto estético es normalito; a la hora de arreglarme para salir a cenar mi tiempo récord se equipara más a o menos al que tarda mi marido, así que haceos una idea…; y, generalmente, cuando tengo que ir a una boda o algo por el estilo, suelo ser como Juan Palomo: yo me lo guiso, yo me lo como, es decir, yo me maquillo, yo me hago el pelo. Las que, por el contrario, en sus años mozos tenían complejo de La Juani de Bigas Luna, hoy necesitan mucho más maquillaje, más modelitos, más uñas postizas y más (tiempo) de todo lo que tenga que ver con la chapa y pintura corporal, esto es como la droga, siempre necesitarán más.
Resultado de imagen de bridget jones
La resistencia 
Las que formábamos (y seguimos formando) la resistencia y representamos el tercermundismo del acicalamiento y la estética somos como las meigas: haberlas ailas, pero vamos quedando menos.