miércoles, 14 de octubre de 2020

Adolfina

 Muchas han sido las estrategias, durante la Segunda Guerra Mundial, que se utilizaron para intentar debilitar o, directamente, hacer desaparecer a Adolf Hitler: obviamente, se pensaba que para terminar con toda esa atrocidad del nazismo, lo mejor era cortar la cabeza de esa ideología; muerto el perro, se acabó la rabia. Pero poco se habla de uno de esos intentos de destruir al presidente nazi y autor de unas de las más atroces exterminaciones humanas. Estrógenos.

Sí, esa es la palabra clave: los estrógenos. El absurdo plan secreto que en su momento tramaron los aliados consistía en envenenar a Hitler con hormonas femeninas. Y digo absurdo porque, una vez más, se dio por hecho que los estereotipos femeninos de la época harían del führer una persona cándida, delicada y dulce que repercutiría en su carácter lunático, vil y estratega, para poner fin a las masacres humanas y a la guerra. Se pretendía que los espías ingleses mezclaran estrógenos en la comida de Hitler, pensando que pasaría la barrera de los catadores (era normal que tuviera a gente que probara la comida antes que él, todo el mundo se lo quería cargar) y, posteriormente, el propio Adolf tampoco notaría esta sustancia: los estrógenos no tienen sabor, son completamente insulsos y nadie notaría su presencia en la comida; además, se decía que Hitler era adicto a diferentes drogas, una sustancia más que menos... Desde luego un plan bastante "cojo", así que imaginémonos cual sería la desesperación por acabar con ese hombre.



Pero, ¿qué pretendía el bando aliado? ¿Que Hitler comenzara a desarrollar empatía por los judíos? ¿Que se convirtiera en defensor de las personas diferentes a la raza aria? ¿Que organizara un tratado de paz con el resto de países en una reunión de té y pastas? Se dice que se pretendía "dulcificar" al führer, pero la verdadera palabra en la que estaban pensando todos esos machos aliados era "debilitar". Se dio por hecho con un patético estudio de la Universidad de los Cavernícolas que, atiborrando a Hitler de hormonas femeninas, se crearía a un ser débil y sumiso, femenino. 

Porque claro, no existen las villanas, no hay mujeres sin escrúpulos, sádicas, salvajes o asesinas, una mujer jamás podría ser una estratega de la guerra. Ahí van unos cuantos nombres de gente letal y que no son hombres: Mata Hari, Charlotte Corday, Shi Jianqiao, Brigitte Mohnhaupt, la agente Penélope del Mossad... ¿Más?

Eran los años 30 y 40, se seguía considerando el sexo femenino como el sexo débil y, por lo tanto, los estrógenos una auténtica kriptonita para los grandes y viriles guerreros. Sin embargo, no puedo negar que me haría gracia ver cómo hubiese sido una Adolfina Hitler, ya despojada de ese ridículo bigote y de ese repelente pelo graso peinado con ralla a un lado y en su lugar una llamativa melen pelirroja; que renunciara a sus galones, su uniforme y a su cargo de presidenta alemana para dedicarse a ser una bailarina de los cabarets berlineses con sus ajustados modelitos y corsés de la época; que entretuviera a las tropas, que tras su actuación estelar emulando a Liza Minelli se quitara delicadamente el maquillaje, mientras repasa que sus suaves medias de seda no tengan ningún desperfecto, se colocara su bata de satén, se repasara la manicura y se leyera una bonita novela de romance victoriano, en lugar de quemar libros. 

Seguro que la historia hubiese tomado otro rumbo. Pero alguien habría ocupado su lugar, nunca habría dejado de existir en el mundo alguien con intenciones oscuras y con ganas de poder a toda costa, ya fuera un Adolf o una Adolfina.