lunes, 31 de diciembre de 2018

Campanas y vestiditos en la Puerta del Sol


Lo bueno que tiene ser una maruja activa de Instagram es que de vez en cuando, si estoy atenta, puedo cazar al vuelo algún tema interesante del que se puede sacar un debate con mucha chicha. Llegando ya la Nochevieja era de esperar que mucha gente se pronunciara sobre el vestido de la Pedroche para dar las campanadas, lo siento Ramón García, pero esta chica os ha desbancado definitivamente a ti y a tu capa. Me sorprendió bastante que una de las críticas, depredadoras pero sutiles, salieran directamente de una cuenta de temática feminista, @feministailustrada, que sigo activamente ya que sus publicaciones suelen ser muy concienciadoras, esta publicación decía:
El problema no está en que la presentadora elija cierto vestido. El problema es que hay una cadena de televisión lucrándose con el cuerpo de las mujeres y una masa consumidora de hombres que lo hace rentable”.
Hay un montón de contestaciones a eso, unas a favor y otras en contra, pero la que realmente me interesa es la de Cristina Pedroche, a quien también sigo, sintiéndose directamente aludida (no podía ser otra) y que muy elegantemente rebatió a ese mensaje con esto:
En esa cadena que decís que me obligan a ponerme un vestido u otro, como cada año, NO han visto el vestido de mañana. Me dan libertad para hacer lo que quiera. Desde el primer año hasta este que es el quinto. NADIE de la cadena ha visto el vestido. Y tampoco cobro ni más ni menos por hacer las campanadas. Tengo un contrato de cadena por el que cobro un fijo al mes independientemente del número de programas que haga. Ahora que cada un@ que piense lo que quiera. Pero lo hago y como lo hago porque quiero. Felices fiestas.”
Unas explicaciones muy extensas que no tendría por qué haber dado.
A ver, yo en su día, concretamente el primer año en que la Pedroche daba las campanadas con ese vestidazo negro con transparencias junto a Frank Blanco, la critiqué negativamente por ello, pensando que era la típica mujer florero y que la obligaban a poner se ese tipo de vestuario para ganar audiencia, siendo por otro lado un títere de la industria (que tampoco deja de ser cierto), me caía mal esa chica. Pero después pensé, va Elena, que seguro que a ti te gustaría ponerte ese vestido y lo que te jode es que te faltan ovarios para hacerlo. Pues sí, era cierto. Hasta que no reconocí eso no conseguí mantener una actitud abierta que me aportara una opinión que considerara más justa y real desde mi perspectiva. Tuve que leer mucho sobre feminismo para llegar a la conclusión de muchas verdades que ahora considero tan obvias.
El movimiento feminista surgió como un motor para la lucha para alcanzar la igualdad entre mujeres y hombres, para conseguir que este mundo llegue a ser más justo, para defender los derechos y libertades de las mujeres de cada punto de este planeta. Es una lucha que sigue activa y ahora más que nunca, porque resulta muy vergonzoso que en pleno siglo XXI todavía continue existiendo situaciones tan bochornosamente machistas. Hasta ahí bien. Sin embargo, me sorprende que ciertas cuentas o publicaciones autoproclamadas como feministas critiquen la estética de una presentadora que, ya se ha hartado de decir por activa y por pasiva que el tema de los vestiditos en la Puerta del Sol lo hace porque le gusta, le encanta sorprender y transgredir, cuando el movimiento feminista defiende precisamente la libertad de la mujer con su cuerpo.
¿Que puede que cada año muchísimos hombres babeen y se pajeen viendo a Pedroche con sus transparencias proclamando el año nuevo? Es posible. ¿Que A Tres Media saca su tajada con las audiencias? Por supuesto. Pero nadie se para a pensar que una mujer, libremente, está eligiendo mostrar una imagen, que el cuerpo femenino puede ser arte y que ya no estamos en la época de las sufragistas, en la que enseñar un tobillo ya te tachaba de zorra, por favor. Muchas feministas se empeñan en llevar su propio abanderamiento de la causa, siendo muy concretas, demasiado, en sus ideales, por lo que si eres feminista ya no te pueden gustar las minifaldas, ni el topless, ni el maquillaje, ni las cremas, ni las Barbies ni nada de lo que tradicionalmente caracterizara a la mujer tradicional. Ser feminista no es renunciar a la feminidad. Como dice Roxane Gay, “Solo pretendo defender aquello en lo que creo (…) hacer algo de ruido con lo que escribo siendo yo misma: una mujer a la que le gusta el rosa, que le gusta montárselo y que baila a muerte una música que trata fatal a las mujeres, porque lo sabe, y que a veces se hace la tonta con los técnicos porque es más fácil hacer que se sientan muy machos que dar lecciones de moral”, con los años, he conseguido convertirme en una mujer que no mira mal a otra mujer por ponerse un vestido semitransparente en la madrileña Puerta del Sol, que solo tiene envidia sana porque seguramente no tiene el valor de hacer lo mismo o porque sabe que no le favorecería tanto como a ella.
Puede que Cristina Pedroche, dejando a un lado las ganancias de la cadena, sea la mujer más feminista de la Nochevieja, precisamente porque esa noche se viste realmente como a ella le da la gana, le resbalan las críticas crueles que le llegan a posteriori y porque aprovecha ese estatus e influencia de presentadora famosa para propagar y hacer que transcienda su mensaje. Porque un modo de vestir también es un mensaje.
¡Feliz año nuevo a tod@s de parte de una mala feminista!

martes, 18 de diciembre de 2018

La chica y el lobo

Anoche me puse a pensar y a recordar mis años de adolescente, los dieciseis, diecisiete... Me acuerdo perfectamente de cunado salía un sábado con mi amiga Vero de fiesta por Alicante (yo soy de un barrio que está alejado de la zona céntrica), cenábamos, dábamos una vuelta, íbamos a bailar a los locales que nos gustaban, qué guay, tan jóvenes y ya tan independientes; luego íbamos a hacer cola a la parada de taxis que hay en la Explanada, sabíamos perfectamente lo que teníamos que pagar y reservábamos ese dinero para cubrir el trayecto. Pero ahí es donde se descubría nuestra debilidad, nuestra inseguridad: a pesar de vivir en un barrio pequeño y de distancias cortas, ninguna de las dos quería ser la última en bajarse y tener que estar varios minutos solas con el taxista,así que siempre le pedíamos que nos bajara en el punto intermedio de nuestras casas,
 pagábamos, el taxista se iba, nosotras nos fumábamos un cigarrillo y charlábamos un poco de las anécdotas de la noche, quizás también para retrasar el momento que tanto miedo nos da: que cada una tome la dirección hacia su casa, solas. Finalmente nos armábamos de valor, Vero tiraba calle arriba y yo recto a la derecha, conforme me estaba acercando ya a mi casa, con las llaves apretadas en mi mano, me iba invadiendo un nervio como de "ya falta poco, la puerta de mi casa está ahí cerca, ¿y si justo en este momento alguien me parara?", notaba una sensación como de que alguien me seguía los pasos y hacía un spring final; llegaba a mi portal con la llave por delante directa a la cerradura y hacía un ruido excesivo al abrir el portón de la verja de hierro, a posta, para que mis padres se enteraran de que al menos ya había llegado a la puerta y que si no se abría también la puerta de casa, la de madera, en unos segundos, ya podían acudir a mi rescate... Uff, cuanta paranoia, pensaba, pero es que cuando llegaba a casa respiraba de alivio: un sábado más que salía a divertirme y que sobrevivía al trayecto del taxi a mi casa. Espera, tono de llamada a Vero para que sepa que he llegado bien, ella hace lo mismo. Vale, ahora sí: un sábado exitoso.
A los veinte y veintitantos ya salía más a menudo por mi pueblo durante los fines de semana, otro tipo de ocio, más alejado de la ciudad pero no por ello más libre de peligro. La de veces que habré vuelto a mi casa andando desde el centro del pueblo, sola, unos cinco o siete minutos de trayecto de carretera sin farolas, porque mi casa se queda a las afueras, o sino cuando he regresado de las fiestas del pueblo de al lado con mi amiga Lorena, unos tres kilómetros, de madrugada, por no coger el coche por eso que dicen de que si bebes no conduzcas y total está al lado. En cualquiera de esas ocasiones he estado expuesta a ser parada por alguien, a ser acosada, agredida... y no quiero ni pensar qué cosas más. Pero en ese momento ni se me pasaba por la cabeza, por eso, porque es un pueblo pequeño y todos nos conocemos y porque en realidad no estoy haciendo nada peligroso, solamente regreso a mi casa después de un rato de ocio, ya está. También es cierto que la edad y la experiencia me envalentona. Sin embargo, con la claridad de la mañana siguiente lo pensaba y sí, después de analizar la situación, me daba un poco de caguele saber que existía la posibilidad de que no hubiera podido llegar sana y salva a mi casa, y si no lo pensaba yo, era mi madre quien me daba la matraca con eso de que no hay que fiarse de nadie, que es peligroso ir solas por la calle y más por la carretera, acuérdate de las niñas de Alcàsser y esas cosas que nos dicen las madres por ¿miedo?
Cuando ayer supe del destino, ya predecible, de Laura, fue cuando volví a ser consciente (me pasa cada vez que ocurre alguna de estas desgracias) de que desde mi adolescencia hasta hoy, cada vez que he salido a la calle o he vuelto de algún lugar de noche, he vivido en un continuo sentimiento de inseguridad, o bien en el momento o bien después, cuando me paraba a pensar. Como si yo hubiera sido una irresponsable durante todos estos años que se ha dedicado a jugar a la ruleta rusa.
A las niñas nos enseñan desde pequeñas ciertas directrices de supervivencia: no provoques demasiado, ve siempre en grupo, no pases por ciertas calles solitarias, llama cuando llegues a tal sitio o regresa a tu casa a tal hora que es más seguro. ¿Por qué? Nos adiestran en la cultura del miedo, nos hacen sentir vulnerables y desprotegidas cuando jamás deberíamos consentir que nadie nos hiciera sentirnos así. El cuento de Caperucita ya nos adoctrina "¿Dónde vas tan solita por el bosque?", como que las niñas que osan ir solas se arriesgan a desafiar al lobo y a que éste se las coma.
Pero nadie se plantea adiestrar al lobo.
Nadie cae en la cuenta de que no hay que enseñar a las víctimas potenciales a evitar las situaciones peligrosas, sino educar en valores para que las conductas machistas y violentas no sean un estilo de vida. Yo quiero educar a mi hijo para que jamás se le pase por la cabeza ser un lobo, para que sepa que mujeres y hombres somos igual de valiosos, que tod@s merecemos respeto, que NO es NO, que la minifalda no es una señal de provocación sino una prenda de vestir, que una chica que pasea sola por la calle no tiene la necesidad de ser molestada, ni siquiera para escuchar un piropo vulgar que en ningún momento ha pedido.
Ya basta. Somos mujeres, pero creo que cada vez somos más fuertes, cada vez se nos oye más. Laura es otra guerrera más que ha tenido que irse al cielo sin ganar la lucha, pero debe saber que su muerte no ha sido en vano, que aquí abajo continuamos la batalla y que vamos a luchar por destruir esa lacra que es la violencia machista. Que saldremos a caminar solas, libres y sin miedo.
Descansa en paz, amiga.

martes, 11 de diciembre de 2018

La dolera de Leticia


Digo “dolera” en vez de  “dolor” porque lo primero suscita en mí algo más prolongado, una losa que llevará a cuestas durante mucho tiempo, que le pasará factura, un quebradero de cabeza que parecía que no iba a ir a ninguna parte pero que ahí sigue, llenando titulares de periódicos digitales. Y es que, a Leticia Dolera se le suman dos indicadores para que todo esto de prescindir de una actriz para el rodaje de su serie se le venga encima: considerarse una rotunda defensora del feminismo y que la actriz en cuestión de la que prescindiera estuviera embarazada. Considerarte feminista y despedir a una embarazada de tu empresa o proyecto, lo mires por donde lo mires, no cuela. Y a la opinión pública parece que no le gusta nada.

Prácticamente, coincidiendo con la finalización del rodaje de la serie “Déjate llevar”, la actriz Aina Clotet denunciaba que antes de comenzar la filmación de la serie de la que Leticia Dolera es directora, productora y no sé qué más “ora”, se prescindió de ella tras anunciar que estaba embarazada, que a pesar de todo ella estaba tan comprometida con esa serie que propuso asumir la parte de su sueldo a los costes de producción para disimular ese embarazo y que, aunque le ofrecieron como única solución el asumir un pequeño papel de personaje capitular, evidentemente ella dijo que no. Dolera, ante tales acusaciones de la que podría haber sido su actriz estrella, solo dijo que era imposible adaptar el papel del personaje con el estado de Aina.
La polémica se estaba haciendo tan de bola en la garganta, como la comida que no deja pasar, que Dolera tuvo que publicar un comunicado de dos páginas, explicando los motivos por los que no podía ser eso de tener a una embarazada en el rodaje, asumiendo un papel de una tía delgada y, por lo visto, con mucha escena de sexo que llevar a cabo: retrasar los tiempos de rodaje y, por lo tanto, tener que prescindir de otros actores, los altos costes de producción, el no considerar ético tener trabajando a una actriz sin cobrar (por la solución que proponía Aina de asumir costes)… Son motivos que, si los analizas en frío, como un empresario frío, se puede llegar a entender, es decir, hay cosas que son imposibles las mires por donde las mires, o bien por tiempo, o por  dinero o por daños  a terceros.
Sin embargo, en esta ocasión, las ideas de Dolera se han vuelto contra ella,  porque también resulta muy difícil de entender que una persona, mujer, independiente, emprendedora y comprometida con todas las causas en contra de la discriminación de género, no pueda o no se esfuerce por encontrar una solución que pueda integrar a una mujer embarazada de 4 o 5 meses en un papel protagónico, cuando en otros casos sí se ha hecho; sin ir más lejos, la actriz Mélani Olivares criticaba a Dolera por su pasividad en este tema, ya que ella estuvo rodando hasta los 8 meses de gestación, dando vida a una mujer, ex prostituta, que precisamente no puede tener hijos, disimulándolo para ello con primeros planos, aderezos, supuestos gases del personaje o con el vestuario.
Cuando defiendes con tanta fuerza unos ideales como los feministas, escribes un libro, Morder la manzana, que por cierto yo me he leído y requeté leído y ha supuesto en mí una gran reflexión y replanteamiento de mis ideas con respecto a la mujer y al feminismo en sí, o cuando en el perfil de tus redes sociales te defines como “feminista” y “profesional con una habitación propia”, resulta muy difícil comprender una decisión, por lo menos, tan poco salomónica hacia una de nosotras. Soy blandita en mi veredicto y digo poco salomónica, porque también es cierto que el contrato para trabajar Aina Clotet solo era de palabra, aún no había un compromiso firmado, por lo que Leticia Dolera también se encontraba en su derecho de no seguir adelante con esta actriz si, por ejemplo, hubiese encontrado a otra intérprete que encajara mejor con el personaje, pero digamos que Dolera no lo planteó así, al menos ahí fue sincera y no se inventó algo más políticamente correcto para mandar a la actriz a paseo, exponiendo los motivos reales.
De todos modos, da igual cómo se excuse Dolera, lo mismo tiene las represalias que puedan venir de Aina, poco importa lo que opinemos el resto de mortales, el caso es que, una vez más, se evidencia la clara desigualdad que existe entre hombres y mujeres en cuanto a obtener y conservar un trabajo y, concretamente, se puede observar la certeza de que la mujer embarazada, en lo que se refiere al ámbito laboral, puede que sea la persona más vulnerable y discriminada injustamente de todas. Tan vulnerable y discriminada, que ni teniendo a una “patrona” con ideales feministas le puede salvar de esa discriminación, digan lo que digan.