Mira que muchas veces me digo a
mí misma “Elena, no pongas las noticias,
total, para lo que hay que ver”. Y es cierto, a veces incluso no hace falta
enchufar la tele para enterarte, simplemente con sentarte con las amigas y que
surja un tema que te lleve a alguna noticia reciente, y ya está, una nueva
desgracia de la que te enteras.
Homicidios suceden a montones, de
todas las clases sociales, colectivos, edades, nacionalidades… Yo sigo muy de
cerca el tema de la violencia de género, se me puso la carne de gallina cuando
el otro día escuché que ya llevamos dieciséis víctimas mujeres a manos de sus
maridos, novios o ex parejas. Dieciséis. Y aún no hemos terminado febrero
cuando se anuncia ese dato. Silencio.
Dentro de este hervidero de
violencia me han sorprendido bastante los homicidios de octogenarios. Sí,
hombres que parece que se vaya a quebrar con un mínimo estiramiento de columna
y que caminan arrastrando los pies con sus pantuflas de cuadros, acompañados
del ruido del roce de sus pañales XL para adultos al andar. Suena tan pueril,
tan frágil, como si estuviera describiendo a un parvulario indefenso. Y resulta
que ellos también lo hacen, matan a sangre fría a sus compañeras de vida, y
nunca mejor dicho. Esta última semana dos casos, y uno de ellos me lo han
explicado muy de cerca.
¿Qué les lleva a hacer eso,
cuando prácticamente ya han pasado
incluso lo peor juntos?
Puede que en algunos casos se
trate de maltratadores jubilados a quienes se les ha ido la mano, en un intento de volver a sus antiguas costumbres?
Es posible: las ancianas esposas del siglo pasado, que siguen acompañando a su
marido en el ocaso de sus vidas, pueden ser unas serviciales sumisas, antes
estaba bien visto pegarle una paliza a la mujer, para enderezarla y denunciar
eso ni se les pasaba por la cabeza, ¡qué vergüenza! ¿Qué diría la familia?; si
aguantaron años de maltrato y vejaciones en sus mejores años, la edad de oro
es pan comido. Hay casos que, con solo
leer las características del matrimonio lo ves: blanco y en botella.
Pero también hay otra rama en
esta tendencia de asesinatos geriátricos que tanto eco se están haciendo. ¿Y si
no todos son catalogables como “violencia de género”? ¿Y si es la única
alternativa al no poder disponer de una digna eutanasia? Esperen, no me lancen aún
verduras podridas. Hace unas semanas, tal vez meses, no me acuerdo con
exactitud, saltó otra noticia de éstas que me hizo plantearme esta cuestión: Un
anciano le quita la vida a su mujer, que padecía una muy avanzada demencia
senil, con momentos de agresividad, desde hacía algunos años. Él la cuidó
durante mucho tiempo a pesar de los ataques y los momentos de impotencia que
provoca esa enfermedad a los cuidadores, más aún si ese cuidador es un anciano.
Viendo que él ya no podía más, que su mujer no era ya su mujer, ni siquiera
quedaba un resquicio de lo que ella fue, decidió quitarle la vida de la forma
menos dolorosa posible, siguiéndola él después en ese último viaje, ya que,
según explica él en la nota que dejó previamente, ante la opción de ver a su mujer
de esa manera o de vivir sin ella, prefería acabar con el sufrimiento de los
dos y permanecer así a su lado.
Esto puede crear unas
controversias y un debate moral de la ostia, porque hay quien piense que este
caso particular sea digno de quedar exento del montón de los de “violencia de
género” y otros pensarán que nada de excepciones: lo hecho, hecho está, no hay
matices.
La violencia nunca ha de estar
justificada pero, ¿es siempre todo violencia? ¿O puede que haya una delgada
línea roja a tener en cuenta? Cuando una persona hace uso de su fuerza
(claramente superior a la de la otra persona) para dominar a alguien e imponer
sus deseos o decisiones, mediante el miedo y la sumisión, eso es violencia; esa
violencia puede acompañar a dos personas durante toda su vida, habiéndose
vuelto tan normalizada, que puede ser un rasgo que pasa desapercibido ante
otras personas; otras veces, esa violencia se vuelve incontrolable y termina
convirtiéndose en noticia del telediario, formando parte de estadísticas y
cifras anuales de violencia de género, por ejemplo.
El caso es que me he ido por los
cerros, comenzando por la violencia de género entre parejas octogenarias, y
termino planteándome un debate bastante duro sobre qué diferencia la violencia sin
piedad de una concesión para terminar con una vida que ya no es vida. Puede que esté bastante relacionada la
combinación de palabras “matrimonio de
la tercera edad”, “poner fin a una vida” y “eutanasia informal”. Aunque antes
de lanzarse a dar una opinión habría que cerciorarse de ciertos detalles, como
saber si realmente se pone fin a esa vida dignamente o si también sucede esto a
la inversa, es decir, si se da el caso de mujeres que ayudan a sus maridos
ancianos a terminar con su agonía.
O tal vez esto es demasiado
fuerte y nadie está preparado aún para contestar a todo esto…