Hoy dejamos los posts sarcásticos y
humorísticos a un lado, porque a todo hay que dedicarle un tiempo. Ha pasado más
o menos un mes desde que muchas de nosotras comenzamos a ser realmente
conscientes de lo que ocurre en lugares tan aparentemente seguros como los
campus universitarios, una noticia del telediario entremezclada con los pulsos
de la política nacional y los conflictos bélicos, casi parece más la
descripción del principio de una película: “Dos
estudiantes suecos cruzaban en bicicleta el campus de la Universidad de
Stanford en California una noche de enero del año pasado, cuando vieron a
un joven frotando su cuerpo sobre una mujer inconsciente, semidesnuda, detrás
de un contenedor de basura. Alarmados, se acercaron y le preguntaron qué hacía.
El joven, Brock Allen Turner, por entonces un prometedor nadador de 20 años
en sus primeros años de universidad que aspiraba a ser atleta
olímpico, los vio y comenzó a correr. Estaba borracho. Los otros dos
estudiantes corrieron tras él, lo cogieron y lo retuvieron hasta que
llegó la policía”. Porque en realidad pensamos que no puede haber gente tan
mala en “ciertos círculos”. Pues no es así.
Turner fue declarado culpable por un
jurado en California de tres cargos de asalto sexual, incluido asalto con
intento de violación a una mujer intoxicada. Técnicamente, no fue acusado de
violación porque penetró a la mujer con sus dedos, y no con su pene. Vaya, eso
lo cambia todo. La pena máxima eran 14 años, pero el juez lo condenó el pasado
2 de junio a seis meses de prisión en una cárcel de baja seguridad y a libertad
condicional ante el temor de que una sentencia mayor tuviera un “impacto
severo” en su vida. En el tribunal, el padre lamentó que la vida de su hijo
hubiera quedado destruida por “20 minutos de acción”. ¿Y cómo quedó la vida de
la chica?
El problema sigue siendo el sentimiento
de superioridad que parece que ellos creen poseer sobre las mujeres, casi como si todavía viviéramos en la Edad
Media, aferrándose a ese falso mito de que “cuando una chica dice no, en
realidad quiere decir sí” y que si además está borracha no hace falta ni
pedirle permiso. Pues no señores, cuando una chica dice “no” es “NO” y el
estado de embriaguez también significa “NO”, porque una persona no se encuentra
en sus cabales, es un abuso de fuerza en toda regla y todo el mundo lo sabe,
incluso el agresor. Él decidió aprovecharse de aquella chica, así que ahora no
es momento de lamentos y de ofrecer una cara pública de “chico con un futuro
prometedor es castigado injustamente por una gamberrada universitaria”.
La gente sintió repudio no solo por los
actos sino por la más que insuficiente condena a Turner y eso ha provocado un
eco viral que ha recorrido el globo y nos ha hecho plantearnos la
estadística,basada en fuentes oficiales, de que cada año en los campus, una de
cada cinco mujeres sufre abusos sexuales. Muchas mujeres sufren en silencio: no
denuncian los ataques, o si lo hacen, terminan viendo a sus atacantes sin
sufrir castigo alguno, en libertad; o bien se topan con la indiferencia de
autoridades, dentro y fuera de la universidad. ¿No parece esto un deja vu si cambiamos el escenario
universitario al de la violencia doméstica? Siempre la misma historia de mirar
hacia otro lado.
La víctima de Stanford eligió hablar. Y
le habló directamente a su agresor ante el tribunal, después de
conocer la sentencia. Su carta, publicada por el portal de internet BuzzFeed, se viralizó en las redes, convertida en un
manifiesto contra la violencia sexual, y las prácticas culturales y legales que
la empañan y dejan a las víctimas en desamparo.
El caso generó enorme atención porque,
primero, los juicios por violación son la excepción y no la regla –la mayoría
de los asaltos no se denuncian a la Policía–, y, segundo, porque ocurrió en el
campus de una de las universidades más prestigiosas del país, en una épica en
la cual las universidades se han ganado la reputación de que intentan proteger
su reputación y a los agresores –en particular, a quienes forman parte de
sus equipos de atletas, como Turner– antes que a las víctimas.
En el tribunal, la mujer se puso de pie,
y le pidió permiso al juez para dirigirse a su atacante. Fue el final de un
juicio duro. Los abogados de Turner siguieron una estrategia típica de los
acusados de violencia sexual, que al final resultó exitosa en conseguir una
condena tenue: intentar convencer al jurado de que la mujer había dado su
consentimiento para tener relaciones sexuales, y echarle la culpa al alcohol.
“No
me conoces, pero has estado dentro de mí, y por eso estamos aquí hoy”, es la primera frase que le dijo la mujer a
Turner.
En su carta, la mujer describe con un
minucioso detalle todo lo que vivió antes, durante y después del ataque. Su
relato comienza con las bromas que hizo con su hermana en el camino a la fiesta
en una de las casas de las hermandades de Stanford. Le dijo que
seguro la mayoría de los estudiantes tendrían aparatos de dientes, y que ella,
con 23 años, sería la más vieja de la fiesta. Luego cuenta que bebió
demasiado rápido, y lo siguiente que recordaba era despertarse “en una camilla en un pasillo. Había
sangre fresca, y vendas en mis manos y codos”. Habían pasado más de tres
horas desde que sufriera la agresión.
Su espalda y su pelo estaban llenos de
agujas de pino. “Tuve varios
palillos con algodón insertados en la vagina y el ano, agujas para inyecciones,
pastillas, tenía una Nikon apuntando justo entre mis piernas abiertas. Tuve
largos y puntiagudos picos dentro de mí y mi vagina manchada con pintura azul,
fría para comprobar si había abrasiones”, describe en el texto que leyó
a su agresor.
“Un
día, estaba en el trabajo, viendo las noticias en mi teléfono, y me encontré
con un artículo. En él leí y supe por primera vez cómo me encontraron
inconsciente, con mi pelo despeinado, mi collar largo enredado alrededor de mi
cuello, mi sujetador arrancado de mi vestido, mi vestido subido por encima de
los hombros y por encima de la cintura, que estaba desnuda por completo hasta
mis botas, mis piernas abiertas, y había sido penetrada por un objeto extraño
por alguien que no conocía. Así fue como supe lo que me pasó, sentada en mi
escritorio, leyendo las noticias en el trabajo. Me enteré de lo que me pasó al
mismo tiempo que el resto del mundo se enteró. En el próximo párrafo, leí algo
que jamás voy a olvidar; leí que, según él, me gustó.”
La mujer describe luego la angustia del
juicio: le dijeron que se prepara para perder.
“Él
puede decir lo que quiera y nadie puede oponerse. Yo no tenía poder, no tenía
voz, estaba indefensa. Mi pérdida de memoria sería usada en mi contra. Mi testimonio
era débil, era incompleto, y se me hizo creer que, tal vez, no soy lo
suficientemente buena como para ganar esto. Su abogado le recordó
constantemente al jurado que al único al que podíamos creer era a Brock, porque
ella no recuerda. Esa impotencia era traumatizante”, continúa diciendo en su carta.
“En
lugar de tomar un tiempo para sanar, tomé tiempo para recordar la noche con
total detalle, con el fin de prepararme para las preguntas del abogado,
que serían invasivas y agresivas, diseñadas para desviarme, para contradecirme
a mí misma, mi hermana, enunciadas de forma que manipularían mis
respuestas”, continúa.
“Me sacudieron con preguntas
estrechas, puntuales que diseccionaron mi vida personal, mi vida amorosa, mi
pasado, mi vida familiar, preguntas tontas, acumulando detalles triviales para
tratar de encontrar una excusa para este tipo que me tenía medio desnuda antes
de molestarse en preguntarme mi nombre”, dice el texto de la víctima
reprochando la actitud de los abogados de su agresor.
La víctima describe luego cómo
Turner cambió su relato entre la agresión y el momento en el que brindó
testimonio durante el juicio para sugerir que había obtenido consentimiento por
parte de ella, y refuta cada uno de sus argumentos.
“Tú
dijiste: “Estando ebrio no pude tomar las mejores decisiones y tampoco ella”.
“El
alcohol no es una excusa. ¿Es un factor? Sí. Pero el alcohol no fue el que me
desnudó, me metió los dedos, arrastró mi cabeza por el suelo, conmigo casi
completamente desnuda”, le increpa.
“Has
dicho: "Quiero mostrarle a la gente que una noche de alcohol puede
arruinar una vida". Una vida, una vida, la tuya; has olvidado la mía.
Permíteme rehacer la frase para ti, quiero mostrarle a la gente que una noche
de alcohol puede arruinar dos vidas. La tuya y la mía. Tú eres la causa, yo soy
el efecto”, continúa el duro testimonio.
“Nunca
debiste hacerme esto”, dice. “En segundo lugar, nunca debiste hacerme luchar por tanto
tiempo para decirte que nunca debiste hacerme esto.”
“Tú
tomaste mi valor, mi privacidad, mi energía, mi tiempo, mi seguridad, mi
intimidad, mi confianza, mi propia voz, hasta hoy”, concluye la víctima.
Sobre el final, deja un mensaje para
todas las mujeres:
“A las chicas en todos lados. Estoy con ustedes. En
noches que se sientan solas, estoy con ustedes. Cuando la gente dude de ustedes
o las rechace, estoy con ustedes. Lucho por ustedes todos los días. Así que
nunca dejen de luchar, yo las creo. Como la autora Anne Lamott escribió: “Los
faros no van corriendo por toda una isla en busca de barcos que salvar; ellos
se quedan ahí brillando”.
Aunque no puedo salvar cada bote, espero que al
hablar hoy, absorban un poco de esa luz, un pequeño conocimiento de que no
pueden ser silenciadas, una pequeña satisfacción de que se hizo justicia, una
pequeña seguridad de que estamos llegando a alguna parte, y un gran, gran
conocimiento de que son importantes, sin lugar a dudas, que son intocables, son
hermosas, que deben ser valoradas, respetadas, indudablemente, cada minuto de
cada día, que son poderosas y nadie puede quitarles eso. A las chicas en todas
partes, estoy con ustedes. Gracias.”
Puede que
alguien que lea este post piense: ¿Y por qué se le ocurre a ésta hablar de algo
que fue noticia hace un mes? Pues precisamente lo hago por eso, porque fue hace
un mes y parece que la carta de esta chica ya haya caído en el olvido para
much@s.
Y yambién es
un modo de recordar a todos esos chicos que buscan pasar una noche de borrachera,
diversión y sexo que cuando una chica dice “no” hay que respetrla, no es tan
difícil entenderlo, y si además esa chica se encuentra bajo un alto estado de
embriaguez que ni siquiera es capaz de dar su consentimiento, eso ya es un “no”.
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