Puede
sonar muy superficial y estereiotipado encasillar a los hombres en estos tres
grupos según tres características tan, tan, tan básicas, pero a pesar de que
este post vaya medio en broma, lo
cierto es que muchas de nosotras no sabemos regirnos por otros estereotipos durante
esa larga etapa que comienza desde que empezamos a tener interés y a fijarnos
en el sexo opuesto (trece, catorce años…) hasta, me atrevería a decir, pasadas
las veinticinco primaveras. Simplemente hagamos un retroceso en el tiempo e
imaginémonos en plena adolescencia, en el patio del instituto o en la pista de
la discoteca de sesión light, analizando
y preseleccionando posibles candidatos con los que compartir magreos y paseos
en moto. ¿Cómo los encasillábamos? Vamos allá:
El
Bueno, el típico chico responsable, estudioso, tímido, buen amigo, ese para
quien el piropo más intenso que podemos
soltar es un “Es mono…”, pero sabemos
perfectamente que ser mono no es suficiente, por muy buena persona y muy leal
que sea. Me viene a la cabeza Joseph Gordon Levitt en su papel de chico que
hace de todo porque la guapa de la clase se fije en él en Diez razones para odiarte o el pardillo de Luismi de Compañeros, nos caía tan bien y era eso,
mono… Son los típicos chicos a los que rechazas en el instituto y que cuando
los ves quince años después con su carrera de ingeniero, su pisazo, su buen
gusto por vestir y su misma bondad de siempre, pero acompañado y bien agarrado
de la mano de una listilla que tuvo mejor ojo para las inversiones a largo
plazo, te preguntas por qué coj**** no viste nada en él y no te gustó cuando
tuviste la oportunidad. En la adolescencia, el corazón la atracción física
manda.
El
Feo, pobre del que quede encasillado en este grupo, porque no va a tener ni la
oportunidad de ser el amigo fiel, algo que el Bueno al menos sí disfruta. Aunque
si tiene el don del buen humor y de saber hacer chistes se puede salvar, porque
de que se le ignore a que consiga alabanzas como “Qué gracioso es” hay un gran trecho para estos pobres
incomprendidos. Porque Jack Black no es un mister
pero siempre será majo, nuestro Gabino Diego es más feo que un pie pero es
gracioso, y el personaje del abogado “Bizcochito”
de Ally McBeal es rarito y poco
atractivo pero llega a trasmitir incluso ternura. El Feo siempre será feo, pero
puede ser como los camaleones: adaptarse a las situaciones y sacar partido de
sus talentos para sobrevivir en una sociedad superficial y selectiva.
El
Malo correspondería al típico capullo pasota pero que está tan buenorro y es
tan tremendamente enigmático con esa personalidad de tío atormentado que
disimula todos sus grandes defectos. Aunque no conteste a tus mensajes, actúe
públicamente como si no representaras nada para él y te llame cuando a él le interese, ahí estás
siempre como una corderita detrás suya, como los mosquitos a la luz… hasta que
con los años ocurre el efecto contrario que con el Bueno: nos cansamos de
esperar y sufrir y nos decantamos por alguien que realmente nos valore y que
sepa comportarse como una persona normal. Claros ejemplos de este prototipo
masculino son Colin Farrell o James Dean en Rebelde
sin causa, lo que digo: malotes, egoístas, pasotas y atormentados, y si un día no se lían a ostias en un bar, no duermen tranquilos, pero son muuuuy seductores.
Menos
mal que llega un momento en que nuestra escala de valores se amplía y enriquece
y en lugar de fijarnos en si una persona es guapa o fea, atrevida o pardilla, fuerte o enclenque, siempre midiendo del blanco al negro, descubrimos una amplia gama
de grises y de características más importantes como la fidelidad, la
sinceridad, el respeto y muchas otras que cuando estamos en plena etapa de hormonas
locas pasamos completamente por alto.
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