¡Hola amig@s mi@s! Seguro que en toda esta semana va a
haber más de uno con una depresión de caballo: ha empezado septiembre y este
mes se asocia con el final de esas vacaciones que tan disfrutadas han sido
durante agosto… ¡empieza el arduo proceso del síndrome post vacacional!
Y mucha gente pensará, “Y ésta, ¿por qué tanto entusiasmo y tanta exclamación, si lo normal
sería que estuviera escribiendo con el “modo insípido” activado, o simplemente no tener ganas ni de escribir?”. Ay
amig@s mi@s, lo que ocurre es que ya escribo desde otra óptica, a diferencia
de muchos, yo he sido de esos pocos pringados que han tenido sus días de
descanso en julio (por imposición) y al llegar agosto me he encontrado con
todos mis amigos de vacaciones y haciendo planes, mientras yo me mordía las
uñas de envidia y, sobre todo al principio, me invadía una sensación de desgana
y aburrimiento por ir a trabajar que me duraba hasta la noche de esa jornada y
comenzaba otra vez al día siguiente. Supongo que pasé mi particular depresión
post vacacional.
Depresión post vacacional, estrés post vacacional…
¡joder si es que la palabra post vacacional
no trae nada bueno ni intentándolo! Todo es negatividad: ansiedad, presión,
readaptación forzada, vuelta a los horarios matadores, retomar ese estilo de
vida tan estresante y con esa sensación de ir a mil por hora, reencuentros
indeseados con el jefe y algún compañero cabrón…
Pero como en casi todo, hay un perfil de
personas que con mayor frecuencia presentan estrés post vacaciona: generalmente son aquellas personas que toman pocos días libres, las que retornan de modo abrupto al trabajo,
las que tuvieron un año crítico por diversos motivos o las que sufrieron
pérdidas importantes en este último periodo o simplemente aquellas que no
logran descansar, como es el caso de muchas mujeres con hijos muy pequeños.
Y es que, ¿Qué ama de casa con trabajo
remunerado o no consigue tener unas
vacaciones como Dios manda? Durante el año
tienen que sacar una casa y la educación de unos hijos adelante y si a eso se
le suma la jornada laboral, es para
morirse. Y claro, cuando llegan las “idílicas” vacaciones familiares, que suelen ser en un camping, la casa del pueblo o algo por el estilo para que dé juego
con los críos, el factor estresante sigue estando ahí: tareas domésticas
y gritos de niños. Así no descansa nadie. Creo que las amas de casa son las que
más sufren en silencio este síndrome, las más perjudicadas y a las que más
difíciles de detectar a veces, digamos que se lo callan porque, a diferencia
del trabajo remunerado, una no puede pedirse una excedencia en casa.
Luego las grandes empresas intentan
solucionarlo con sus fantásticos artículos para coleccionar en fascículos:
monta tu propia maqueta de un Boeing 747, colecciona dedales de porcelana, figuritas en miniatura, sellos, monedas antiguas y gilipolleces varias, aprende a hacer
ganchillo o a pintar al óleo fácilmente… Una piensa, “Venga, voy a empezar a montar una casita de muñecas, así me será más
fácil afrontar este mes y a lo mejor consigo hacer algo creativo”. El
primer fascículo sale tirado de precio, así te enganchan, el segundo y tercero
lo vas comprando y con el cuarto ya has mandado ese proyecto creativo a la
mierda, porque faltan piezas, las que hay no encajan y si no tiras la puñetera
maqueta a la basura acabarás cometiendo un asesinato.
Pues sí, parece ser que todo lo que
tiene que ver con el final del verano y la vuelta al trabajo está abocado al
desastre y al desespero. Incluso el regreso a la rutina de septiembre está
asociado al alto número de divorcios que se producen, en comparación con el
resto del año, un tema del que hablé precisamente el año pasado por estas
fechas:
A pesar de todo esto, no todo tiene
porqué ser una mierda, hablando en plata. Para muchas personas el regreso a la
rutina es algo casi necesario para sus vidas, los colegios abren sus puertas
dando cabida a los niños y sus insoportables gritos, la programación de la TV
vuelve a ser interesante y regresan las series a las que estamos enganchados, el
estrés playero y las operaciones salida llegan a su fin y ya comenzamos a
divisar los momentos de sofá y manta… En fin, que si lo miramos bien, no tiene
porqué ser malo… o puede ser solo una manera de autoconvencerme para no caer en
el desespero o en la temible depresión post vacacional, otra vez.
Sea como sea, que cada cual afronte
septiembre del mejor modo que pueda, como ya he dicho, yo sobreviví a agosto, ¡que
fue peor con diferencia!
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