domingo, 14 de septiembre de 2014

Dicen por ahí...

Siempre me pasa igual: cuando ya tengo pensado un próximo tema sobre el que poder escribir, de repente se me cruza otro por mi mente, no intencionadamente, sino más bien por algo que he leído, me han contado o, como en este caso,  algo de lo que he sido testigo recientemente. Esta vez me he desviado un poco de los temas principalmente femeninos, que es de lo que suelo y procuro escribir y me he adentrado en el mundo de los rumores, el cotilleo, el chismorreo… que  es algo que tod@s hemos vivido en nuestras propias carnes y, por qué no, en muchas ocasiones ayudamos a alimentar con nuestras “sabias” aportaciones.

Y cómo no, si el cotilleo es el deporte nacional en nuestro país, al igual que en el caso del futbol, en esto del critiqueo gratuito  y soltar perlas de otros, hay diferentes niveles y categorías, según el número de seguidores y de alcance que pueda conseguir el chismoso profesional, pero yo los he querido diferenciar básicamente en dos niveles.
Los cotillas de segunda, que es donde me incluyo yo, si tenemos que ponernos a la faena en esto de rumorear, preferimos hacerlo en campo cerrado y en la intimidad con los amigos de confianza, con los que sabes que la conversación se va a quedar ahí, entre las tazas de café vacías. Porque el chismorreo, si no traspasa paredes evitando afectar a la vida de nadie, y no alcanza los grados de crueldad y vejación, puede ser entretenido ¡e incluso constructivo! Puedes poner verde a tu jefe con una compañera de trabajo para desahogarte o puedes comentar con una amiga lo mal que le sienta el nuevo color del pelo a Fulanita por aburrimiento, pasas el rato y punto, pero sin maldad.
Pero luego están los cotillas de primera división, y estos sí que saben a lo que van, y van a hacer daño. Mira que en esto del “marujeo“ siempre hemos destacado nosotras, las mujeres, porque según ellos todas somos “unas arpías que nos tiramos mierda las unas a las otras y somos malas, todas” (palabras textuales de mi hermano). Pero por lo que he comprobado, yo que me he visto como objeto del cotilleo cruel y también he sido testigo de cómo lo han sufrido personas cercanas a mí, puedo decir que a la hora de vomitar chismes y despellejar a personas con intención de hacer daño, aquí no hay distinción de sexos. Los chismosos de primera división (ellos y ellas) ya juegan en otro nivel y con otras herramientas más sofisticadas, pero a su vez son los que nunca dan la cara ni asumen el contenido de sus rumores. Estos cotillas deben tener una gran facilidad para calar a la gente, porque cuando tienen que sembrar su semilla de veneno, saben exactamente a qué persona contarle el chisme para que se extienda como una bomba expansiva, un chisme que, puede que sea cierto o puede que no, no se molestan en verificarlo, la intención es que se sepa y cuanto más mejor.  

Además, los cotillas de primera división lo tienen cada vez más fácil con el internet y las redes sociales: cuelgan el bulo en la red con nombre anónimo y que la pelota cada vez se haga más grande, la mierda salpicará a unos cuantos, pero el astuto cotilla ya estará bien lejos. Este es uno de los problemas de internet, que cualquiera tiene licencia de publicar rumores y mentiras que afectan a otras personas, sin haberse molestado en asegurarse si era cierto o no. Los chats que podemos encontrar en diferentes blogs y redes sociales pueden llegar a ser destructivos y peligrosamente nocivos para la autoestima de alguien y para las relaciones entre las personas. Porque no deja de ser un total acto de persecución social.
Está clarísimo que siempre vendrá alguien a contarnos algo sobre gente que conocemos, eso siempre ha sido así, es y será, pero después de esta explicación de las dos clases de cotillas que andan por el mundo, la diferencia de estas situaciones se encuentra, sin lugar a dudas, en la intención. También los receptores del rumor malintencionado somos responsables y tenemos que saber hacer un buen placaje de éste, para que no se extienda más, porque ya lo dice el refranero: “El chismoso escucha una pequeña brisa y la convierte en un ciclón” o “No todos repiten los chismes que oyen, otros los mejoran”, evitémoslo.
Pero, ¿cómo lo evitamos? No quería ponerme filosófica, pero no me lo he podido impedir y llevar ahora puestas las gafas de pasta ayuda mucho a crecerme y me hace sentir intelectual y cooltureta... Bueno, en realidad no encontraba mejor forma para explicarlo y he buscado en internet la solución. ¿Quién no conoce a Sócrates (de oídas, al menos)? En el diálogo de éste señor, conocido como “El triple filtro”, podemos encontrar la respuesta para saber actuar ante los cotillas de primera división (los de segunda somos inofensivos), ahí va la versión resumida:

“Un conocido se acercó a Sócrates para contarle algo sobre uno de sus amigos, pero Sócrates antes de escucharlo, decidió hacerle un pequeño examen, el examen del triple filtro. Socrátes decidió filtrar lo que aquel conocido iba a contarle de su amigo por tres filtros diferentes: el filtro de la verdad, el filtro de la bondad y el filtro de la utilidad. Por lo tanto, le hizo tres preguntas relacionadas con cada uno de los filtros: 
-¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es cierto? (Filtro de la verdad)
-¿Es algo bueno lo que vas a decirme de mi amigo? (Filtro de la bondad)
-¿Será útil para mí lo que vas a decirme de mi amigo? (Filtro de la utilidad)
Después de que el conocido admitiera que no estaba seguro de si era verdad aquello que iba a contarle, que tampoco era bueno y no le sería útil, Sócrates concluyó que ¿por qué decírselo entonces?”

En fin, una estrategia útil a llevar a cabo ante un chisme, crítica o rumor, sería aplicar este triple filtro. No solo cuando recibamos un comentario sino también a la hora de querer contarlo nosotros podemos ponerlo en práctica, aunque puede que no sea fácil de primeras. Pero puede ser que así nos ahorremos satisfacer a quienes quieren hacer daño, no malgastemos energía con momentos de ira y evitemos el sufrimiento de muchas personas.

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