martes, 14 de diciembre de 2021

Curar el alma

Ayer abrí las noticias del móvil con el titular de la muerte de la gran actriz Verónica Forqué. De esas artistas que siempre tienes en mente, cuyo nombre no olvidas, porque tienen esa particularidad innata, esa "puesta en escena" en la vida, una actitud que parece propia de un personaje de cine hiperbolizada por sus particularidades, sus gestos, su voz... Esas cosas que definen a a las personas y que nos distinguen, que hacen que haya quien nos pase "sense pols ni remolins" en la vida y quien por el contrario, nos sorprenda. 
En este caso, esa voz, angelical, esa forma de actuar de mujer delicada, ingenua, infantil, esa esencia hace que Verónica Forqué no pasara nunca desapercibida.
Yo no soy muy fan de Masterchef, no seguía las últimas apariciones de esta mujer, pero siempre la recordaré como esa madre de Pepa y Pepe, su actuación de viuda luchadora en Tiempos de Azúcar, o la caracterización que hizo de la perrita Dafne en Mira quien habla ahora poniendo su voz, esta última puede que no sea su pelicula más destacable, pero es de esas que me harté a ver en mi infancia y tengo un recuerdo tan bonito.
Y ahora es cuando una piensa: qué la llevó a decir "hasta aquí", se supone que los artistas llevan una vida aderezada, que siempre tienen muchos proyectos y poco tiempo para pensar en si su vida tiene sentido... Pues no es así, eso solo sería una idea preconcebida, ya se ha visto en tantos artistas que la depresión se sufre en silencio y que el suicidio llega de forma inesperada. Pero no nos equivoquemos, el suicidio es como la recta final de un cáncer, solo que el proceso para llegar ahí no siempre se ve. 
Vivimos en una sociedad frívola, más ahora con el mundo del postureo, de los likes, de esa maldita losa de aparentar siempre la mejor cara de uno mismo. No estamos preparados para hablar de depresión y de suicidios y llegar a buen termino... O sí. Tal vez sea más necesario de lo que pensamos hablar de ello.
Hemos pasado un periodo muy duro de pandemia, de confinamientos que han ocultado tras las paredes de las casas las soledades y dolores más atroces, el índice de suicidios ha crecido incluso en las personas más jóvenes. 
Se ha trabajado para buscar la vacuna para los efectos de una enfermedad física. Sin embargo, la enfermedad del alma que agrava a las personas más frágiles y que se desata con detonantes como la soledad, la muerte a nuestro alrededor, la precariedad, la ansiedad, la desazón que acompaña durante toda una vida... y qué sé yo cuantos motivos mas, esa enfermedad, vaya, más que buscarle remedios se intenta esconder, como tantas otras cuestiones que afectan a tantos pero que tan "feas" quedan de cara a la sociedad. Especialmente, a las mujeres con esa sensibilidad que las lleva el plantearse esa cita con la muerte se las llega a etiquetar de estrambóticas, débiles, enfermizas, dependientes, poco cuerdas o se llegan a definir como "muy místicas", raritas, loquitas... Más prejuicios, más estereotipos, más ideas preconcebidas. ¿Por qué resulta tan fácil etiquetar y tan complicado empatizar? 
¿Por qué nos prohibimos ciertos temas? ¿Por qué no intentamos conocer lo desconocido? 
No hay más que ver titulares "ha acabado con su vida", es la forma más sutil de decir lo que ha pasado, la palabra "suicidio" cuesta decirla, como que parece que ofende al muerto; pero tal vez sea cómo el muerto desee que se mencione a su final. 
Pasaportes covid, repuntes, contagios, campañas de vacunación ... Si, todo eso está muy bien, pero no olvidemos esa otra parte del "yo", que necesita una cura mucho más complicada, aunque también más sencilla, según como se mire. Curar el alma, o al menos intentarlo, no olvidar a esas personas que piden ayuda a gritos, aunque en el más profundo silencio. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario