Hoy toca un poquito de purga
mental, tenía ganas de escribir un post
reflexivo y la idea me la dio anoche, de forma casual, mi tía Cristina, una
gran dama de los escenarios que, por cuestiones de una enfermedad crónica, ha
tenido que retirarse del teatro y la TV, pero que procura colgar en su canal de
YouTube monólogos caseros con mucho humor. Sin embargo, en uno de sus últimos
vídeos, coincidiendo con una de sus crisis de dolor, decidió mostrar otra
faceta de su vida, solamente para que viéramos que, aunque ella ironiza mucho y
bromea con su enfermedad, hay momentos en los que no hay fuerzas para mostrarse
delante de una cámara aunque sea con un poquito de maquillaje y que no se puede
disimular una voz quebrada, que su vida no es solo humor y gracias, que hay
días de mierda y de mucho dolor y, aunque resulte mucho menos atractivo que lo
otro, existe y es igual de auténtico y no quería esconderlo.
Hasta Britney Spears ha tenido días de mierda |
Claro, de ahí surge un gran
debate sobre las redes sociales, nuestro principal canal de comunicación con el
resto de la especie humana a día de hoy, una ventana desde la que colgamos
fotos y vídeos sobre nuestro supuesto día a día, pero que, seamos sincer@s,
lejos queda de la realidad. Yo me incluyo y soy la primera en considerarme una
farsante; me gusta colgar selfies en
los que me veo súper favorecida, los platos de los bares o restaurantes a los
que voy, las fotos curiosas de viajes o escapadas que pueda hacer, momentos
tiernos de mi hijo, una imagen idílica con mi pareja, pero la gente no sabe que
a las fotos de mis selfies les aplico
el filtro de “modo belleza” para disimular granos, arrugas u ojeras; no es que
me pase los días comiendo fuera en plan Carrie de Sexo en Nueva York, ni mucho menos viajar, solo en ocasiones
puntuales ¡ojalá!; muchas veces mi hijo
hace que me entren ganas de sacarme los ojos y ponérmelos de tapones para los
oídos y con mi marido tengo una relación normal con sus rutinas, sus luces y
sus sombras. Lo que ocurre es que solo apetece mostrar lo bueno o lo normal
aunque un poquito más edulcorado, ¡nos ha jodido! ¿Y a quién no? ¿Qué gracia
tiene hacerme una foto recién levantada con las legañas pegadas? ¿Qué necesidad
tenemos de enseñar nuestra realidad más pura y menos atractiva?
Y ahora va… ¿Quién tiene la
culpa de esta farsa globalizada?
De un tiempo a esta parte ha
surgido la figura del/la influencer. ¿Qué
es ser influencer? Sería una persona
que cuenta con cierta credibilidad sobre un tema en concreto, y por su
presencia e influencia en redes sociales puede llegar a convertirse en un
prescriptor para una marca. Explico un poquito cómo va el tema: hay personas
que tienen cierto talento social para ganarse un montón de seguidores en sus
perfiles de redes sociales, porque saben hacerse fotos estupendas o por lo que
sea, el caso es que toda esa cantidad de seguidores hace que esa cuenta de red
social sea un magnífico escaparate para las marcas de diferentes productos. Por
eso, si entras en el perfil de una fashion
bloguer que define su cuenta con las palabras “moda” y “life style”, probablemente encuentres imágenes
suyas con diferentes prendas de varias marcas de ropa, videos sobre cómo se
ponen una mascarilla del pelo, sorteos de lotes de cosmética y maquillaje y
cosas por el estilo. No es que por ser influencers
y promocionar por las redes una vida de ensueño ganen una pasta como para
poder permitirse cosméticos y ropa de marca y encima pagar las facturas, que yo
sepa, a mí nadie me paga por eso. No, en realidad, esa ropa, esas cremas y, si
me apuras, los restaurantes y la decoración de sus casas, son de prestado o
regalado a cambio de publicitarlo, por lo que todo está pensado y estudiado. Y
una vida real no puede estar tan pensada y tan estudiada.
Lo malo de todo esto es que l@s
influencers no pueden permitirse
mostrar un día de mierda, porque una crema facial sobre un careto deprimido no
vende, así que solamente enseñan lo bonito de un modo sobreactuado, proyectando
así ante los demás un life style, como
ellos dirían, ideal pero irreal ante miles y miles de seguidores que nos lo
creemos, que pensamos que esa vida sí es de verdad y que por lo tanto nos
esforzamos por alcanzarla también mostrándonos de un modo parecido, escondiendo
también nosotros nuestros días de mierda, como si nunca los tuviéramos, como si
estos días no existieran. Eso genera una mentira global en la que engañamos y
nos engañamos a nosotros mismos. Lo pienso y me agota.
No es que quiera echar la culpa
a l@s influences de esto, ell@s se
dedican a su negocio y las personas que vivimos en la tierra somos quienes
debemos darnos cuenta de todo esto y ver si nos hacemos un daño en cadena al
querer ser semi dioses sin serlo, en lugar de mostrar una imagen más real,
aunque sea menos atractiva, de nosotros
mismos, si lo que queremos es enseñar, claro.
Creo que más de un@ debería
reflexionar sobre este tema, tomar las riendas de su cuenta de Instagram y
valorar qué es lo que REALMENTE quiere mostrar de su vida, fuera de los influencers y su caro life style. Que si solamente queremos
mostrar lo bonito, adelante, somos libres para ello, pero que también tengamos
claro que estamos en todo nuestro derecho de desmoronarnos de vez en cuando y
marcarnos un directo con nuestras ojeras, el moñete despeinado en la cabeza, el
batín de cuadros y decir “Tengo un día de
mierda”.
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