lunes, 12 de noviembre de 2018

Un día de mierda


Hoy toca un poquito de purga mental, tenía ganas de escribir un post reflexivo y la idea me la dio anoche, de forma casual, mi tía Cristina, una gran dama de los escenarios que, por cuestiones de una enfermedad crónica, ha tenido que retirarse del teatro y la TV, pero que procura colgar en su canal de YouTube monólogos caseros con mucho humor. Sin embargo, en uno de sus últimos vídeos, coincidiendo con una de sus crisis de dolor, decidió mostrar otra faceta de su vida, solamente para que viéramos que, aunque ella ironiza mucho y bromea con su enfermedad, hay momentos en los que no hay fuerzas para mostrarse delante de una cámara aunque sea con un poquito de maquillaje y que no se puede disimular una voz quebrada, que su vida no es solo humor y gracias, que hay días de mierda y de mucho dolor y, aunque resulte mucho menos atractivo que lo otro, existe y es igual de auténtico y no quería esconderlo.
Hasta Britney Spears ha tenido días de  mierda
Claro, de ahí surge un gran debate sobre las redes sociales, nuestro principal canal de comunicación con el resto de la especie humana a día de hoy, una ventana desde la que colgamos fotos y vídeos sobre nuestro supuesto día a día, pero que, seamos sincer@s, lejos queda de la realidad. Yo me incluyo y soy la primera en considerarme una farsante; me gusta colgar selfies en los que me veo súper favorecida, los platos de los bares o restaurantes a los que voy, las fotos curiosas de viajes o escapadas que pueda hacer, momentos tiernos de mi hijo, una imagen idílica con mi pareja, pero la gente no sabe que a las fotos de mis selfies les aplico el filtro de “modo belleza” para disimular granos, arrugas u ojeras; no es que me pase los días comiendo fuera en plan Carrie de Sexo en Nueva York, ni mucho menos viajar, solo en ocasiones puntuales  ¡ojalá!; muchas veces mi hijo hace que me entren ganas de sacarme los ojos y ponérmelos de tapones para los oídos y con mi marido tengo una relación normal con sus rutinas, sus luces y sus sombras. Lo que ocurre es que solo apetece mostrar lo bueno o lo normal aunque un poquito más edulcorado, ¡nos ha jodido! ¿Y a quién no? ¿Qué gracia tiene hacerme una foto recién levantada con las legañas pegadas? ¿Qué necesidad tenemos de enseñar nuestra realidad más pura y menos atractiva?
Y ahora va… ¿Quién tiene la culpa de esta farsa globalizada?
De un tiempo a esta parte ha surgido la figura del/la influencer. ¿Qué es ser influencer? Sería una persona que cuenta con cierta credibilidad sobre un tema en concreto, y por su presencia e influencia en redes sociales puede llegar a convertirse en un prescriptor para una marca. Explico un poquito cómo va el tema: hay personas que tienen cierto talento social para ganarse un montón de seguidores en sus perfiles de redes sociales, porque saben hacerse fotos estupendas o por lo que sea, el caso es que toda esa cantidad de seguidores hace que esa cuenta de red social sea un magnífico escaparate para las marcas de diferentes productos. Por eso, si entras en el perfil de una fashion bloguer que define su cuenta con las palabras “moda” y “life style”, probablemente encuentres imágenes suyas con diferentes prendas de varias marcas de ropa, videos sobre cómo se ponen una mascarilla del pelo, sorteos de lotes de cosmética y maquillaje y cosas por el estilo. No es que por ser influencers y promocionar por las redes una vida de ensueño ganen una pasta como para poder permitirse cosméticos y ropa de marca y encima pagar las facturas, que yo sepa, a mí nadie me paga por eso. No, en realidad, esa ropa, esas cremas y, si me apuras, los restaurantes y la decoración de sus casas, son de prestado o regalado a cambio de publicitarlo, por lo que todo está pensado y estudiado. Y una vida real no puede estar tan pensada y tan estudiada.
Lo malo de todo esto es que l@s influencers no pueden permitirse mostrar un día de mierda, porque una crema facial sobre un careto deprimido no vende, así que solamente enseñan lo bonito de un modo sobreactuado, proyectando así ante los demás un life style, como ellos dirían, ideal pero irreal ante miles y miles de seguidores que nos lo creemos, que pensamos que esa vida sí es de verdad y que por lo tanto nos esforzamos por alcanzarla también mostrándonos de un modo parecido, escondiendo también nosotros nuestros días de mierda, como si nunca los tuviéramos, como si estos días no existieran. Eso genera una mentira global en la que engañamos y nos engañamos a nosotros mismos. Lo pienso y me agota.
No es que quiera echar la culpa a l@s influences de esto, ell@s se dedican a su negocio y las personas que vivimos en la tierra somos quienes debemos darnos cuenta de todo esto y ver si nos hacemos un daño en cadena al querer ser semi dioses sin serlo, en lugar de mostrar una imagen más real, aunque sea menos atractiva, de nosotros  mismos, si lo que queremos es enseñar, claro.
Creo que más de un@ debería reflexionar sobre este tema, tomar las riendas de su cuenta de Instagram y valorar qué es lo que REALMENTE quiere mostrar de su vida, fuera de los influencers y su caro life style. Que si solamente queremos mostrar lo bonito, adelante, somos libres para ello, pero que también tengamos claro que estamos en todo nuestro derecho de desmoronarnos de vez en cuando y marcarnos un directo con nuestras ojeras, el moñete despeinado en la cabeza, el batín de cuadros y decir “Tengo un día de mierda”.

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