Recuerdo mucho el cuento de
Barba Azul. ¿Os suena? Ese hombre con la barba de ese color, a lo Lucía Bosé,
que inexplicablemente se casaba cada dos por tres con una nueva mujer porque,
según él, la anterior había desaparecido o había muerto y nadie se molestaba en
conocer el motivo de dichas desapariciones y muertes en profundidad.
En realidad, las esposas de
Barba Azul, cuando éste se cansaba de ellas o ellas le desobedecían entrando a
habitaciones prohibidas, con una llave mágica que las delataba volviéndose negra
cuando era introducida en un cerrojo que no debía ser abierto, estaban
recluidas en un calabozo del castillo del hombre de la perilla psicodélica.
Bueno, mi abuela me contaba el cuento mucho más gore: las esposas eran decapitadas y sus cabezas se exhibían colgando
del techo en una habitación cerrada a cal y canto, la colección de cabezas de
Barba Azul.
El caso es que, cuando nos
contaban esos cuentos nunca nos preguntábamos por qué las princesas se casaban
tan pronto, casi sin conocer al marido o príncipe. Veamos, Aurora se enamora
tras pasar un rato en el bosque con el príncipe; Cenicienta se casa solo porque
su pie entraba en el zapatito de cristal, porque al príncipe solo lo conocí de
un baile; a Blancanieves la despierta un desconocido con un beso, la sube a su
caballo y se la lleva, ante la mirada atónita de los siete enanitos, los
pajaritos y Bambi, ¡eso es acoso! Y se supone que estas chicas, a pesar de
correr el riesgo de casarse con un desconocido, acaban bien, o eso es lo que
nos quieren hacer creer, porque yo no he visto un cuento de Cenicienta diez
años después.
Pero las chicas que se casan
con Barba Azul no solo cometen el mismo error de casarse con él sin conocerlo,
sino que además se trata de un asesino en serie, un coleccionista de víctimas
¿Es que les perdía el hecho de que estaba forrado de dinero y no podían ver más
allá? Sin embargo, como al final, la última princesa, la que sobrevive, es
salvada por sus valerosos hermanos, todo acaba bien. Ya no es que sea tan tonta
de haberse casado con Barba Azul conociendo sus misteriosos antecedentes
matrimoniales y sin haber tenido un par de citas antes para conocerse y esas
cosas, sino que tiene que ser salvada por su estupidez por otros hombres: el
hombre la toma, el hombre la intenta sacrificar, el hombre la salva…
Es tan contradictorio que nos
embutan con este tipo de cuentos desde la más tierna infancia y que luego
veamos a adolescentes enamoradas hasta las trancas de otros chicos el primer
día de instituto y se las juzgue por eso. Los cuentos han creado monstruos, no
en el sentido literal, pero sí en el sentido de normalizar ciertos clichés como
el del amor romántico, que ya de por sí es fuertemente alimentado por las
hormonas, la entrega incondicional a un hombre, la impunidad sobre ciertos
actos de algunos hombres sobre las mujeres, la pasividad de ellas frente a su
falta de libertad… y así se me ocurriría un largo etcétera para una ponencia
sobre la estrecha relación entre la violencia machista y los cuentos de hadas.
He elegido, como cuento principal
a destripar el de Barba Azul porque, a diferencia de los otros y a pesar de los
estereotipos sexistas y del amor romántico, éste sí muestra un desenlace muy
distinto al que nos tienen acostumbradas. Sin embargo, también digo que la
princesa podría haber salido del atolladero de ese matrimonio tóxico por sí
misma.