Mientras yo, una treintañera
con alma de veinte, voy llenando cada vez más mi neceser con cremitas y
potingues (mi última adquisición ha sido un contorno de ojos para luchar contra
las dichosas bolsas gravitatorias bajo los párpados), pensando que así
ralentizaré o ganaré un poco más de tiempo antes de acostumbrarme a las
inevitables arrugas, hay quienes jamás piensan darse por vencidas y tiran ya de
fórmulas ¿mágicas?, incluso antes de cumplir una edad digamos aceptable para
considerar que ya se puede someter una a un tratamiento de tremenda magnitud,
para ver realmente los resultados que buscan. No sé si tienen algo de magia o
de místico o si los tratos con el diablo están de por medio, pero viendo cada
atrocidad que hay por ahí, yo me decanto más por ilusionismo de pega y timadas
infernales.
Cuando una asume que cada año
va ganando en edad, y en sabiduría, por supuesto, y que esas arruguitas son
inevitables, puede que incluso aprenda a ver esa belleza diferente que la vida
y la experiencia nos tiene preparada a todas. A las que les pasa lo contrario, e
intentan hacer lo imposible por estancarse en unos treinta con aire cincuentón,
porque amigas, eso no hay quien lo tape, puede que no sepa que se encuentra en
plena crisis del bótox.
¿Cómo se detectan a esas discípulas
de Nicole Kidman? ¿Cómo puede una saber que entrará en el bucle de la no
aceptación de su realidad, hasta acabar como si se hubiese posado un enjambre
de abejas sobre su rostro? Desde luego por la necesidad de la dichosa inyección
de bótox. La toxina botulínica es para las que no admiten su crisis: no es tan
agresiva como la cirugía de quirófano, unos pinchacitos y arreglado, por lo que
la recuperación es rápida y si niegan que se han “operado” a quien le
pregunte, no está diciendo una mentira propiamente dicha, y además es que se lo cree, sin recuperación ni vendajes ni nada, es como si la piel se hubiese regenerado sola. Pero todo tiene su lado malo: el botox, en exceso, cambia la expresión de la cara hasta dejar la cara como la de una estatua de cera, inexpresiva y artificial, porque no deja de ser un efecto que bloquea los impulsos nerviosos, una contracción muscular, y al ser un tratamiento caduco, que dura entre 4 y 6 meses, ya engancha a una adicta a la juventud de por vida. Porque una mujer, una vez que se vuelve a ver guapa y joven, ya no lo puede dejar, a menos que no se salga de la zona de confort de las cremitas reafirmantes.
pregunte, no está diciendo una mentira propiamente dicha, y además es que se lo cree, sin recuperación ni vendajes ni nada, es como si la piel se hubiese regenerado sola. Pero todo tiene su lado malo: el botox, en exceso, cambia la expresión de la cara hasta dejar la cara como la de una estatua de cera, inexpresiva y artificial, porque no deja de ser un efecto que bloquea los impulsos nerviosos, una contracción muscular, y al ser un tratamiento caduco, que dura entre 4 y 6 meses, ya engancha a una adicta a la juventud de por vida. Porque una mujer, una vez que se vuelve a ver guapa y joven, ya no lo puede dejar, a menos que no se salga de la zona de confort de las cremitas reafirmantes.
¿Pero es solo el bótox el que
define a la crisis del bótox? Nooo, el bótox es el abanderado, pero hay otros
detalles que distinguen a las “noquierohacermemayor”, porque radicalizan sus
gustos de una manera… De repente, no solo intentas paralizar tu cara, sino que
también te da por hacer triatlones, cuando no habías hecho deporte en tu vida,
pero por lo visto, correr es saludable y te hace sentir más joven, y no hace
falta ir al médico antes para saber cómo se encuentra tu sistema
cardiovascular, después de haberte pasado la vida repantingada en el sofá, si
todos corren, tú también. No hay peligro de infartos. No, qué va.
El asistir a eventos con los
que nunca te habías sentido identificada, como un festival de música, de esos
que la gente va con botas y sombrero con aires hippies, es otro síntoma de esa
dichosa crisis. Como ir Coachella o a Gastombury está tan de moda entre la
gente chic, pues nada, se juntan unas
cuantas amigas en plena crisis del bótox, con la cara recién pinchada, para ir
de festival, por si corren la misma suerte que Bridget Jones y se llevan a un Patrick
Dempsey a su tienda de campaña, después de una dosis de éxtasis líquido y
alcohol.
El siguiente paso será abrirse una cuenta de FaceBook e Instagram, hacerse un tatuaje, gastarse un pastizal en complementos de primeras marcas y empezar a usar bici en lugar de coche, para acabar cogiendo finalmente un taxi.
El siguiente paso será abrirse una cuenta de FaceBook e Instagram, hacerse un tatuaje, gastarse un pastizal en complementos de primeras marcas y empezar a usar bici en lugar de coche, para acabar cogiendo finalmente un taxi.
Porque ser joven no es barato
ni fácil… Mejor las cremitas, ¿no? Lo mejor es rodearse de amigas buenas y
sinceras que, cuando comiencen a ver asomar la pava del bótox y sus
consecuencias, no tengan reparos en darte un pellizco y si es necesario un buen
par de ostias, para que te dejes de tonterías, que no eres la Kardashian.
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