¿Quién les iba a decir a Martha Ruiz y Brian Cullinan que
una simple equivocación y una momentánea falta de determinación, debida a un
bloqueo, les iba a dejar sin uno de los posiblemente trabajos más interesantes
del mundo? A ver, sueno exagerada, pero seguro que para los amantes del cine
sería su sueño conocer de memoria antes que nadie los nombres de los deseados
premios dorados y encargarse de ordenar y repartir, a pie de escenario, los
sobres con los resultados a las estrellas a quienes les toca anunciarlos. Pero
por lo visto debe de ser una responsabilidad muy grande y el hecho de que durante
unos minutos subieran al escenario y dieran su discurso los falsos ganadores de
la categoría de Mejor Película, La La
Land, ante la atenta mirada de un confuso Warren Beatty, para después
corregir el error y otorgarle el premio a su legítimo dueño, Moonlight.
¿Que deja mucho que desear la
organización de una gala en la que se invierte mucho dinero? Vale. ¿Que el
elenco de La La Land puede que haya
pasado por una bochornosa derrota? No pasa nada, tienen más Oscar con los que recobrarse.
¿Qué en este caso, por una equivocación, aunque sea por unos minutos, pero
casualmente con el premio más esperado (mejor película), los dos responsables
de la coordinación de sobres de premios y presentadores hayan sido vetados de
volver a participar en una gala como esta? De acuerdo, es un trabajo, una
responsabilidad, y si no das la talla, fuera; pero que después de esto, estas
dos personas, Martha Ruiz y Brian Cullinan, hayan requerido de personal de
seguridad por recibir amenazas de muerte de, imagino, fanáticos del cine, esto
es demasiado, intolerable.
Pero no nos engañemos, esto pasa, a ver, a pequeña escala.
Nos escandalizamos por los errores mediáticos como este o la equivocación de un
cantante en un concierto, alguna contestación desafortunada de un político o
futbolista. Pero en la vida real, tod@s cometemos errores garrafales y tod@s estamos
esperando a que nuestro prójimo meta la gamba para descuartizarle
despiadadamente, no tenemos ningún tipo de miramiento.
Ahora, porque gracias al Facebook nos es más fácil
acordarnos, pero, ¿cuántas veces nos habremos equivocado al felicitar un
cumpleaños? ¿Cuántas veces hemos escrito un wasapp a un grupo por error,
privado, cuando en realidad queríamos mandárselo a una persona particular? ¿Cuántas
veces habremos llegado tarde al trabajo por una confusión de los turnos,
dejando al pobre compañero colgado? ¿Y la madre que le explica de forma
equivocada a su hijo un tema del colegio mal, y luego el pobre chaval suspende
el examen, quedando ella también como el culo? ¿Y cuando estás en una discoteca
con un tío mirándote todo el tiempo y cuando ya te pones en plan sugerente te
das cuenta de que a la que mira es a la de atrás tuya? Planchazo, planchazo,
planchazo. Una vez, no lo olvidaré nunca, me acerqué a darle la enhorabuena a
una conocida por su embarazo (es que tenía barriga de embarazada claramente) y
desee que la tierra me tragara cuando ésta me contestó que había dado a luz
hacía dos meses, señalándome el carricoche que llevaba su marido un poco más
alejado… qué shock, por un momento me
cayó el sudor frío y no sabía qué hacer, pero después pensé, que no es para
tanto, no era nada descabellado, solo una confusión.
¿No hay un dicho que dice “Errar es de humanos”? Pues a
veces se nos olvida. Parece que tenemos que saber en todo momento qué y cómo
hacer las cosas y si nos equivocamos, solo disponemos de dos milésimas de
segundo para rectificar de forma correcta, está prohibido bloquearse.
Por cierto, una forma de bloquearse es seguir el rollo hasta
estar metida hasta el cuello, me explico: eso de que comienzas una conversación
y no sabes de qué va, pero tú te haces la resabida, actuando por intuición o
supervivencia, y después no saber cómo salir airosa y todo por la puñetera
presión social que tenemos a veces de ser conocedores de todo. A mí me paso de
que una vez me encontraba escuchando una ponencia y al parecer la ponente me
conocía, me llamaba por mi nombre y todo, pero yo no le di importancia, ya que
habíamos dicho nuestros nombres al principio de la sesión y podía ser que se
hubiese quedado con el mío; al terminar la charla, la chica vino a mí, me
saludó con dos besos y me preguntó por mi trabajo… yo me quedé blanca y en ese
bloqueo mental solo se me ocurrió decirle “Muy bien, ¿tú que tal? ¿Cómo va
todo?”, la conversación fue muy rara, la chica tan agradable y yo, súper
artificial, intentando defender la mentira surgida de un bloqueo; cuando la
ponente ya se fue, mi amiga que estaba a mi lado, aguantándose la risa me dice “No
la conocías de nada”. Si mi amiga se dio cuenta, la otra debió de pensar que yo
era retrasada mental. En fin, otro lapsus, en este caso, intentando que la
mierda no se hundiera hasta el fondo.
Por eso me hizo tanta gracia el bombo de los Oscar. A lo
mejor soy yo la única gilipollas que erra sin parar y por eso veo tan normal la
equivocación al leer la entrega de un premio. Pero yo creo que no, aquí todos
nos marcamos de vez en cuando nuestro propio La La Land, pero en esta vida cuanta tanto la fachada de perfección que
estas cosas que podrían quedar en anécdotas para que tod@s nos riamos un poco
con y entre nosotr@s mism@s, nos toca taparlas con una impoluta imagen de corrección
y pureza.
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