miércoles, 15 de marzo de 2017

Cómo me visto, cómo me pinto, cómo siento

No nos engañemos, desde siempre, la imagen ha estado cogidita de la mano de la femineidad: en los años 50 se vendían electrodomésticos mostrando a una ama de casa con sus taconazos y su vestido de falda-paraguas, como si pasar una aspiradora con esas pintas fuera lo más cómodo del mundo y por mucha lucha y revolución sigue siendo así, porque en pleno siglo XXI, manda huevos que el puñetero presidente del país de las libertades (Estados Unidos) tome como medida hacia sus trabajadoras de la Casa Blanca que deban “vestir como mujeres”, es decir, que todas con vestidos bien ajustados, como se exigió en la campaña electoral, y si se les ocurre ir con pantalones, que éstos sean ceñidos y limpios (pero sobre todo ceñidos). Todo lo contrario a lo que Trump tiene como idea de lo que es ser una “mujer” en cuestión de ropa ya no sería femenino. Entonces no es de extrañar que cuando muchas trabajadoras que utilizan uniformes de “machote” a ojos del presi de EE.UU., se enteraran de esa medida ¿política?, comenzaran la ciber campaña #DressLikeaWoman para mostrar su femineidad, enfundadas en su uniforme de bombero, operaria o policía, pero claro, a golpe de hashtag no es fácil cambiar estas cosas. ¿O sí?

Al menos, se puede decir que en España, el Tribunal Superior de Justicia de Madrid  declaró discriminatorio llevar zapatos de tacón y anuló la sanción de seis meses de suspensión de empleo y sueldo a una guía de Patrimonio Nacional que se negó a ponerse el uniforme y llevar zapatos altos. Más recientemente ha ocurrido con una trabajadora, recepcionista en la empresa PwC de Londres, que impulsó una campaña para recoger firmas y declarar al Parlamento Británico que revisara la ley que autoriza a las empresas a reclamar a sus empleadas que lleven tacones para ir a trabajar, ya que ella fue despedida de su empresa por presentarse al trabajo con zapato plano y negarse a ponerse unos tacones
cuando su superior se lo exigió; ella, ofreció una explicación muy lógica para tal acto de rebeldía:"Obligando a las mujeres a llevar tacones estás favoreciendo a los hombres porque el calzado ( plano) que ellos llevan no afecta su postura ni su capacidad de movimiento. No les crea problemas de salud a largo plazo", si es que la chica tiene razón, ¡joder!, pero se ve que era más importante lucir una esbelta figura, a pesar de tener que caminar como un caballo cojo y cortar la circulación sanguínea de los pies.
Lo malo de todo esto es que la gente no entiende que el concepto de “ser femenina” no está en cómo se arregla una por las mañanas. Nos han vendido que la auténtica mujer sale de su casa con una buena base de maquillaje que esconda las imperfecciones, un peinado espléndido y unos modelitos que ensalcen nuestras curvas y atributos, y para todo ello hay que sacrificar mínimo cuarenta minutos de holgazanear en la cama. Las que decidimos dormir un poquito más, no echarnos potingues en la cara (que además ensucian los poros de la piel) diariamente, hacernos una coleta y listo y calzarnos unos vaqueros cómodos y unas converse para ir al trabajo, ya no somos mujeres, somos “marimachos”. De hecho, hay gente que escucha la palabra “feminista” y le viene la imagen y la asocia a una mujer totalmente masculina y al estereotipo (sexista también) de lo que algunos consideran que sería el aspecto de una mujer lesbiana, cuando la mujer que defiende el feminismo puede ser “hetero” o
Resultado de imagen de chica femenina vs chica masculina
  
“lesbi”, ninguna tiene el monopolio de esa lucha. Del mismo modo, el cómo vestir, tampoco te quita o te pone de ser feminista; lo comentaba en el anterior post con respecto a algunas reacciones, tristemente de mujeres, hacia el desnudo de Emma Watson para una revista, porque precisamente, la lucha feminista se refiere a la lucha por la igualdad y la libertad de una mujer para vestir como le dé la gana en su vida diaria, entre muchas otras decisiones que quiera tomar con respecto a sí misma, eso incluye tanto posar desnuda en una portada como ponerte unas cómodas bailarinas para ir a la oficina. Ni la que más se tapa es más feminista ni la que más enseña es más femenina. A veces se entremezclan los conceptos y olvidamos lo que realmente significan.
Puede que, del mismo modo que la publicidad sexista de los años 50 envió

el mensaje de que las amas de casa debían estar siempre como un pincel para sus maridos, haciendo años después que repudiáramos todo ese mundo, la icónica imagen de la mujer obrera del mono azul y el pañuelo rojo en la cabeza, que enseñaba su músculo del brazo en tensión con el mensaje de “We can do it!” haya estereotipado esa lucha feminista, haciendo creer que en ella solo tienen cabida ese tipo de mujeres fuertes y masculinizadas, dejando fuera otro estilo de estas, más delicado y fino, pero no por ello menos fuerte.

El cómo vestimos, cómo nos gusta maquillarnos o peinarnos por las mañanas, la música que escuchemos, el deporte que practiquemos, nada de eso puede determinar cómo sentimos.

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