domingo, 7 de junio de 2015

Bulling & tangalones

Puede resultar un poco injusto reducir el título de este post a estos dos conceptos pero, sumergiéndome ya en el contexto del que quiero hablar, también es cierto que nada tienen que ver los pasillos y las aulas de los institutos de hoy con el panorama de hace algunos años. 

Por motivos de trabajo, de vez en cuando me toca dejarme caer por los institutos y el otro día estando en uno de ellos esperando en la cola de secretaría, me perdí en mi mundo y en mis pajas mentales, observando a estudiantes que pasaban, sus gestos, sus risitas, su forma de interactuar (las colas de espera de la secretaría de un instituto dan para mucho). Veía a chiquillas de trece y catorce años intentando aparentar ser adultas y poseer un fuerte carisma y una gran autoestima, con sus mechas a base de agua oxigenada, sus pendientes de aro, su raya de ojo kilométrica y su ya indispensable tangalón (la moda de llevar pantalón vaquero de cintura bastante alta pero con los camales a ras o a medio culo, dejando asomar parte de la chicha pompil), contoneándose por los pasillo, seguramente sin saber exactamente dónde ir, pero creyendo que enseñando esos dos trozos de cacha tienen el mundo a sus pies. Por otro lado veía a los chavalitos que se las dan de sobrados, riéndose a escondidas de esas chicas y sus “logrados” looks, haciéndoles creer que las tratan como princesas cuando en realidad se están burlando de ellas y de su ignorancia. Si en algún momento pude escuchar alguna conversación de uno de ellos, explicando al resto cómo se la comía su novia, probablemente era mentira que su novia adolescente le hubiera hecho una felación (o puede que no) pero ahí estaba, dejando a la pobre chica por los suelos.

No sé, en su mayoría, lo que observaba eran comportamientos casi imperceptibles, sutilezas, pero ahí estaban. Tal vez si yo hubiese sido una adolescente en ese momento no me hubiera dado cuenta, pero en estos momentos juego con ventaja y me muevo como una gata vieja en estos contextos. Creo que las niñas de hoy, que serán las mujeres de mañana, están haciendo peligrar los pasos que se dan en pro del respeto femenino. ¿Exagero? Quién sabe.
Recuerdo que cuando yo iba al instituto, que de eso hace poco más de diez años, ya habían alumnas “destacadas”, abejas reinas, el grupo de los “malotes”, las empollonas objeto de burla y todos esos calificativos oficiales con los que se bautiza a la tribu de estudiantes y que puede haber en cualquier instituto. Cada cual cumplía su papel, como ahora. Pero creo que la diferencia era que había un tope, una línea que a nadie se le ocurría rebasar, no solo con el trato hacia profesores sino hacia compañeros y hacia uno mismo. Ahora, los institutos me parecen una jungla, en la que ya no existe ningún tipo de código de honor ni unas mínimas normas que se sobreentiende que nadie debe pasar por alto, por muy malote o popular que sea.
Estas reflexiones mías también surgieron por esta deprimente dirección porque estaba bastante reciente el tema del suicidio de la niña de Usera, víctima de bulling, eso me tocó bastante la fibra, porque el acoso escolar no deja de ser una nueva corriente de maltrato. Y que en un contexto educativo, donde se forman a futuras personas cívicas, se esté aprendiendo a ejercer este tipo de maltrato, careciendo los adultos de un control bien definido para evitar estas cosas, la verdad que acojona un poco. Porque se está haciendo saber que cualquier capullo mocoso con falta de empatía y con necesidad de sentirse el rey del mambo, puede utilizar la debilidad y el sentimiento de inseguridad de otras niñas o niños, para alimentar su ego, martirizándoles y haciéndoles sentirse una mierda.
¿Y cómo ha cambiado esto tan rápido? ¿La libre circulación de teléfonos móviles con acceso a internet tendrá algo que ver? ¿Las redes sociales? ¿Los dictámenes de la moda? ¿La telebasura 24 horas? Hay tantos indicadores que antes no había y que ahora podrían ser copartícipes de este extraño y nuevo ambiente escolar.

Pienso que a los y las adolescentes se les ha concedido una serie de privilegios sin un adecuado control. Se ha invertido más en educación sexual (que eso está muy bien) y no tanto en educación para la igualdad. A mi edad entrábamos a formar parte del instituto a los catorce años, ahora es a los doce y esos dos años hacen mucho, metemos a púberes en la boca del lobo antes de que tengan bien pulidas sus armas. La sociedad consumista se ve reflejada en estos pequeños preadolescentes que nada más cruzar las vallas de secundaria por primera vez, se ven abrumados por ese nuevo escenario y necesitan ponerse a la altura de sus cohabitantes veteranos, para no desentonar, y el que no lo consigue es carne de cañón.
En definitiva, o nos tomamos muy en serio esto del paso del cole al instituto y nos preguntamos qué va mal en el sistema educativo o cada vez nos iremos encontrando con más casos de los dos extremos: reinas de la belleza chonis materialistas, que les importa bien poco su dignidad, mientras puedan lucir su pantabraga y medio enseñar sus sujetadores de leopardo, aunque el precio sea tener contentos a los canis de turno y acabar la secundaria con, al menos, un aborto a sus espaldas; y las débiles y con una suficiente baja autoestima como para no sacar a relucir sus talentos y dejarse pisotear y ser el blanco de burla de esas personas que son incapaces de comprender un problema matemático o una cita literaria, pero que lo compensan con la burla y la amenaza, hasta dejarles completamente anuladas.

Puede que me esté poniendo en lo peor pero, viendo que este curso escolar termina y al año que viene entrará una nueva remesa de corderitos de secundaria, con algún que otro lobo escondido entre sus lanas, intentemos cambiar algo, en las aulas y en los hogares. Algunas de esas corderitas serán las mujeres de mañana, no lo olvidemos.

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