Puede resultar un poco injusto
reducir el título de este post a
estos dos conceptos pero, sumergiéndome ya en el contexto del que quiero
hablar, también es cierto que nada tienen que ver los pasillos y las aulas de
los institutos de hoy con el panorama de hace algunos años.
Por motivos de trabajo, de vez en cuando me toca dejarme caer por los institutos y el otro día estando en uno de ellos esperando en la cola de secretaría, me perdí en mi mundo y en mis pajas mentales, observando a estudiantes que pasaban, sus gestos, sus risitas, su forma de interactuar (las colas de espera de la secretaría de un instituto dan para mucho). Veía a chiquillas de trece y catorce años intentando aparentar ser adultas y poseer un fuerte carisma y una gran autoestima, con sus mechas a base de agua oxigenada, sus pendientes de aro, su raya de ojo kilométrica y su ya indispensable tangalón (la moda de llevar pantalón vaquero de cintura bastante alta pero con los camales a ras o a medio culo, dejando asomar parte de la chicha pompil), contoneándose por los pasillo, seguramente sin saber exactamente dónde ir, pero creyendo que enseñando esos dos trozos de cacha tienen el mundo a sus pies. Por otro lado veía a los chavalitos que se las dan de sobrados, riéndose a escondidas de esas chicas y sus “logrados” looks, haciéndoles creer que las tratan como princesas cuando en realidad se están burlando de ellas y de su ignorancia. Si en algún momento pude escuchar alguna conversación de uno de ellos, explicando al resto cómo se la comía su novia, probablemente era mentira que su novia adolescente le hubiera hecho una felación (o puede que no) pero ahí estaba, dejando a la pobre chica por los suelos.
No sé, en su mayoría, lo que observaba
eran comportamientos casi imperceptibles, sutilezas, pero ahí estaban. Tal vez
si yo hubiese sido una adolescente en ese momento no me hubiera dado cuenta,
pero en estos momentos juego con ventaja y me muevo como una gata vieja en
estos contextos. Creo que las niñas de hoy, que serán las mujeres de mañana,
están haciendo peligrar los pasos que se dan en pro del respeto femenino.
¿Exagero? Quién sabe.
Recuerdo que cuando yo iba al
instituto, que de eso hace poco más de diez años, ya habían alumnas “destacadas”,
abejas reinas, el grupo de los “malotes”, las empollonas objeto de burla y
todos esos calificativos oficiales con los que se bautiza a la tribu de
estudiantes y que puede haber en cualquier instituto. Cada cual cumplía su
papel, como ahora. Pero creo que la diferencia era que había un tope, una línea
que a nadie se le ocurría rebasar, no solo con el trato hacia profesores sino
hacia compañeros y hacia uno mismo. Ahora, los institutos me parecen una
jungla, en la que ya no existe ningún tipo de código de honor ni unas mínimas
normas que se sobreentiende que nadie debe pasar por alto, por muy malote o
popular que sea.
Estas reflexiones mías también
surgieron por esta deprimente dirección porque estaba bastante reciente el tema
del suicidio de la niña de Usera, víctima de bulling, eso me tocó bastante la fibra, porque el acoso escolar no
deja de ser una nueva corriente de maltrato. Y que en un contexto educativo,
donde se forman a futuras personas cívicas, se esté aprendiendo a ejercer este
tipo de maltrato, careciendo los adultos de un control bien definido para
evitar estas cosas, la verdad que acojona un poco. Porque se está haciendo
saber que cualquier capullo mocoso con falta de empatía y con necesidad de
sentirse el rey del mambo, puede utilizar la debilidad y el sentimiento de
inseguridad de otras niñas o niños, para alimentar su ego, martirizándoles y
haciéndoles sentirse una mierda.
¿Y cómo ha cambiado esto tan
rápido? ¿La libre circulación de teléfonos móviles con acceso a internet tendrá
algo que ver? ¿Las redes sociales? ¿Los dictámenes de la moda? ¿La telebasura
24 horas? Hay tantos indicadores que antes no había y que ahora podrían ser copartícipes
de este extraño y nuevo ambiente escolar.
Pienso que a los y las
adolescentes se les ha concedido una serie de privilegios sin un adecuado
control. Se ha invertido más en educación sexual (que eso está muy bien) y no tanto
en educación para la igualdad. A mi edad entrábamos a formar parte del
instituto a los catorce años, ahora es a los doce y esos dos años hacen mucho,
metemos a púberes en la boca del lobo antes de que tengan bien pulidas sus
armas. La sociedad consumista se ve reflejada en estos pequeños preadolescentes
que nada más cruzar las vallas de secundaria por primera vez, se ven abrumados
por ese nuevo escenario y necesitan ponerse a la altura de sus cohabitantes
veteranos, para no desentonar, y el que no lo consigue es carne de cañón.
En definitiva, o nos tomamos muy
en serio esto del paso del cole al instituto y nos preguntamos qué va mal en el
sistema educativo o cada vez nos iremos encontrando con más casos de los dos extremos:
reinas de la belleza chonis materialistas,
que les importa bien poco su dignidad, mientras puedan lucir su pantabraga y medio enseñar sus
sujetadores de leopardo, aunque el precio sea tener contentos a los canis de turno y acabar la secundaria con,
al menos, un aborto a sus espaldas; y las débiles y con una suficiente baja
autoestima como para no sacar a relucir sus talentos y dejarse pisotear y ser
el blanco de burla de esas personas que son incapaces de comprender un problema
matemático o una cita literaria, pero que lo compensan con la burla y la
amenaza, hasta dejarles completamente anuladas.
Puede que me esté poniendo en lo
peor pero, viendo que este curso escolar termina y al año que viene entrará una
nueva remesa de corderitos de secundaria, con algún que otro lobo escondido
entre sus lanas, intentemos cambiar algo, en las aulas y en los hogares.
Algunas de esas corderitas serán las mujeres de mañana, no lo olvidemos.
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