jueves, 15 de enero de 2015

¡Con los 30 en los talones!

Como si de una película de suspense se tratara, hay cosas que hasta que no te las encuentras ya de frente y a corta distancia, no te empiezas a plantear “detallitos” que anteriormente habías pasado inadvertidos, o simplemente que no querías ver. Y es que cuando llegamos a un punto en el que se supone que cambiamos de etapa, unas se lo toman con alegría y a otras nos entra el caguele, como en cualquier momento transitorio y decisivo que nos toca vivir.

Así me he levantado yo esta mañana...
Todo esto me viene porque acabo de cumplir los 29 y, aunque sea en el horizonte, los 30 ya los veo ahí. Es como que al pasar la barrera de los 30, tu cabeza reacciona y es consciente de que entras automáticamente a formar parte de otro grupo generacional. Claro que podemos decir que es una tontería, ¿qué es eso de dividir nuestra vida en etapas? Pero como en todo, tenemos la manía de diferenciar los procesos por partes: las asignaturas las dividimos por temas, las novelas por capítulos, el trabajo por turnos, los años por meses, la liga de futbol por divisiones…
A veces la división de una etapa a otra se detalla porque hay que hacerlo y ya está, pero tiene que haber un punto de inflexión, una característica clara. ¿En qué momento se decidió pasar de la Edad Moderna  a la Edad Contemporánea? Pues ocurrió un hecho super importante que fue la Revolución Francesa y se dijo, hasta aquí hemos llegado, cambiamos de etapa. Pues lo mismo sucede con las edades humanas, hay un nosequé que nos hace pensar en el cambio.


Lo bueno (o lo malo) es que como sabemos de antemano cuándo tiene que ocurrir nuestro cambio de etapa oficial, estamos más atentas a lo que nos está pasando. Porque estas cosas las hablamos entre amigas, y hay temas y pequeños detalles, como antes he dicho, de los que hace dos años no hablábamos, pero ahora sí: “Tengo que ir a tintarme esta semana porque se me empieza a ver la raíz de alguna cana suelta que
La de tonterias que hacemos
 por retrasar lo inevitable...
tengo
(por suerte yo no sufro, aún, de eso, toquemos madera)”, “Tía que estoy preocupada, que el alcohol ya no lo tolero igual que antes”, “Joder, ya tengo que estar todos los días con cremas reafirmantes, que las patas de gallo empiezan a verse”… Y vemos que en nuestros armarios del aseo, donde antes solo había pasta de dientes y compresas, ahora también hay aceite de onagra, rosa mosqueta y botes de crema de toda clase; pasamos de usar tops ceñidos y cortos a camisetas más sueltas; preferimos vestir elegantes que sexys; tenemos más remordimientos que nunca por no ir al gimnasio y no cuidarnos un poco; nos controlamos un poco más a la hora de beber: “En vez de cuatro cubatas me planto con tres y mejor no mezclo con chupitos que al día siguiente estoy fatal”;  a ser posible, preferimos hacer “tardeo” que trasnochar; sí echan por la TV La Bella y la Bestia o La Sirenita nos entra la nostalgia; y esa sensación de sentirte rara porque ves a todas tus amigas que se casan y se embarazan y tú aún ¡no te sientes preparada! ¿Qué está pasando? A las que no nos gustan los cambios nos tendrían que preparar con una terapia previa para que no nos venga de sopetón.
¡Las crisis de edad se superan con amigas también en crisis!

Por suerte, yo aún tengo 365 días de preparación para el cambio de fase, de la veinteañera a la treintañera,  ¡tengo que estar a la altura de Carrie Bradshaw, Bridget Jones y otras treintañeras modelo ficticias!

Veintinueveañeras del mundo, aprovechen sus días de gloria, ánimo y mucha suerte. 

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