Si hay algo que consiguen las
épocas de máxima demostración de sentimientos y acciones en tiempo real, como
es la Navidad, es el descubrimiento de es@s amargad@s en potencia que
aprovechan las situaciones de celebración y felicidad de unos para buscarles un
defectillo y amargárselas.
Estamos de acuerdo en que las
redes sociales hay que utilizarlas con sentido común y que cuando publicas te
expones a recibir todo tipo de comentarios, buenos y malos. Pero los hay
(comentarios) rebuscadamente dañinos. Si llego a un punto en que no me gusta o
no comparto ciertos aspectos del perfil de Facebook de alguien, lo bloqueo,
dejo de seguirlo, lo ignoro o le rebato su idea con una respuesta coherente y
sustentable. Pero es que hay gente que está esperando cualquier ocasión para “amargar”
el momento de alguien; ejemplo: te vas a pasar el día al safari y te haces una
foto dándole de comer a la jirafa, la cuelgas al Instagram con sus hastags y demás, obtienes muchos likes y algún que otro comentario
gracioso, hasta que el amargao de turno aparece con alguna acusación del tipo “estás fomentando el maltrato animal mediante
la explotación de su imagen bla, bla, bla”. ¿Vamos pillando el concepto de “amargaos
en red”?
A mí me han intentado buscar
las cosquillas criticándome por colgar una foto de una casa del Sacromonte de
Granada con un pequeño grafiti o por compartir la famosa imagen del marinero y
la enfermera de Times Square en el día mundial
del beso, por motivos que educadamente rebatí. Esos hechos me hicieron
pensar “Joder, sí que influyen las
cositas que comparto en Instagram en la gente, cuando intentan montarme un
debate/denuncia por algo tan inocente…”. Pero bueno, son cosas inevitables
que hay que tomarlas con humor.
Lo que sí que me tocó la moral
fue un mensajito de esos “bomba”, de los que van dirigidos a nadie en
particular y a tod@s en general, como una lanzada de piedra y escondida de mano.
Fue uno de esos que te encuentras por casualidad en el muro de Facebook, en
este caso, el amargao de turno criticaba a todas esas personas que tenían hijos
y que los sometían a la fiesta de la Navidad (como si fuera una tortura),
iniciándolos en el consumismo sin sentido, a practicar tradiciones religiosas y
a tenerlos viviendo en una mentira. Eso sí que me hinchó las narices, en primer
lugar porque cada un@ celebra las tradiciones que le da la gana y sin tener que
estar ofendiendo a nadie por ello, vamos que no creo que ver una cabalgata de
Reyes o comerse un roscón con chocolate, entre otras de esas costumbres, haga
daño a nadie; en segundo lugar, nadie es nadie para juzgar quién actúa de forma
consumista en su casa, si un padre o una madre quiere hacerle un regalo a su
hijo o unos amigos quieren reunirse para celebrar un amigo invisible, una
pequeña ilusión al final de un largo año es más inofensiva que muchos de los
actos diarios de otras personas; y en tercer lugar, esa persona que dice que
tenemos a nuestros hijos viviendo una mentira, me gustaría verla por un
agujerito cuando tenía 5 años, cuando todavía creía en la magia y en las cosas
imposibles y cuando la ilusión por las noches mágicas de la Navidad eran más
fuertes que ese amargamiento de ir contra todo el mundo.
Lo siento, pero creo que este post de hoy lo estoy utilizando a modo
personal para desahogarme ante tanta gilipollez de gente que, vale, puede que
algunas veces tengan razón y sea necesaria una denuncia social, pero que
generalmente parece que les de rabia ver que a otras personas les van bien las
cosas e incluso en muchos momentos llegan a sentirse felices en este mundo cada
vez más difícil de conseguir esa felicidad, y que no les queda otra que andar
haciendo guardia en el muro de Instagram o Facebook para analizar las vidas ajenas
y preparar sus catapultas destructivas para intentar (lo que no quiere decir
que lo consigan) empañar esa felicidad, ese momento de inspiración o esos
ideales de inocencia.
Amargad@s en la red, por favor,
tomaos un descanso y utilizad esa energía en cosas realmente productivas y que
aporten algo a todos, no solo a los minoritarios intereses subjetivos y a unas
mentes que, aunque aparenten ser hippies,
son tan intolerantes como las de cualquier extremo.
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