Lo bueno que tiene ser una
maruja activa de Instagram es que de
vez en cuando, si estoy atenta, puedo cazar al vuelo algún tema interesante del
que se puede sacar un debate con mucha chicha. Llegando ya la Nochevieja era de
esperar que mucha gente se pronunciara sobre el vestido de la Pedroche para dar
las campanadas, lo siento Ramón García, pero esta chica os ha desbancado
definitivamente a ti y a tu capa. Me sorprendió bastante que una de las
críticas, depredadoras pero sutiles, salieran directamente de una cuenta de
temática feminista, @feministailustrada, que sigo activamente ya que sus
publicaciones suelen ser muy concienciadoras, esta publicación decía:
“El problema no está en que la presentadora elija cierto vestido. El
problema es que hay una cadena de televisión lucrándose con el cuerpo de las
mujeres y una masa consumidora de hombres que lo hace rentable”.
Hay un montón de contestaciones
a eso, unas a favor y otras en contra, pero la que realmente me interesa es la
de Cristina Pedroche, a quien también sigo, sintiéndose directamente aludida
(no podía ser otra) y que muy elegantemente rebatió a ese mensaje con esto:
“En esa cadena que decís que me obligan a ponerme un vestido u otro,
como cada año, NO han visto el vestido de mañana. Me dan libertad para hacer lo
que quiera. Desde el primer año hasta este que es el quinto. NADIE de la cadena
ha visto el vestido. Y tampoco cobro ni más ni menos por hacer las campanadas.
Tengo un contrato de cadena por el que cobro un fijo al mes independientemente
del número de programas que haga. Ahora que cada un@ que piense lo que quiera.
Pero lo hago y como lo hago porque quiero. Felices fiestas.”
Unas explicaciones muy extensas
que no tendría por qué haber dado.
A ver, yo en su día, concretamente
el primer año en que la Pedroche daba las campanadas con ese vestidazo negro
con transparencias junto a Frank Blanco, la critiqué negativamente por ello,
pensando que era la típica mujer florero y que la obligaban a poner se ese tipo
de vestuario para ganar audiencia, siendo por otro lado un títere de la
industria (que tampoco deja de ser cierto), me caía mal esa chica. Pero después
pensé, va Elena, que seguro que a ti te gustaría ponerte ese vestido y lo que
te jode es que te faltan ovarios para hacerlo. Pues sí, era cierto. Hasta que
no reconocí eso no conseguí mantener una actitud abierta que me aportara una
opinión que considerara más justa y real desde mi perspectiva. Tuve que leer
mucho sobre feminismo para llegar a la conclusión de muchas verdades que ahora
considero tan obvias.
El movimiento feminista surgió
como un motor para la lucha para alcanzar la igualdad entre mujeres y hombres,
para conseguir que este mundo llegue a ser más justo, para defender los
derechos y libertades de las mujeres de cada punto de este planeta. Es una
lucha que sigue activa y ahora más que nunca, porque resulta muy vergonzoso que
en pleno siglo XXI todavía continue existiendo situaciones tan bochornosamente
machistas. Hasta ahí bien. Sin embargo, me sorprende que ciertas cuentas o
publicaciones autoproclamadas como feministas critiquen la estética de una
presentadora que, ya se ha hartado de decir por activa y por pasiva que el tema
de los vestiditos en la Puerta del Sol lo hace porque le gusta, le encanta
sorprender y transgredir, cuando el movimiento feminista defiende precisamente
la libertad de la mujer con su cuerpo.
¿Que puede que cada año
muchísimos hombres babeen y se pajeen viendo a Pedroche con sus transparencias
proclamando el año nuevo? Es posible. ¿Que A
Tres Media saca su tajada con las audiencias? Por supuesto. Pero nadie se
para a pensar que una mujer, libremente, está eligiendo mostrar una imagen, que
el cuerpo femenino puede ser arte y que ya no estamos en la época de las
sufragistas, en la que enseñar un tobillo ya te tachaba de zorra, por favor.
Muchas feministas se empeñan en llevar su propio abanderamiento de la causa,
siendo muy concretas, demasiado, en sus ideales, por lo que si eres feminista ya
no te pueden gustar las minifaldas, ni el topless,
ni el maquillaje, ni las cremas, ni las Barbies ni nada de lo que
tradicionalmente caracterizara a la mujer tradicional. Ser feminista no es
renunciar a la feminidad. Como dice Roxane Gay, “Solo pretendo defender aquello en lo que creo (…) hacer algo de ruido
con lo que escribo siendo yo misma: una mujer a la que le gusta el rosa, que le
gusta montárselo y que baila a muerte una música que trata fatal a las mujeres,
porque lo sabe, y que a veces se hace la tonta con los técnicos porque es más
fácil hacer que se sientan muy machos que dar lecciones de moral”, con los
años, he conseguido convertirme en una mujer que no mira mal a otra mujer por
ponerse un vestido semitransparente en la madrileña Puerta del Sol, que solo
tiene envidia sana porque seguramente no tiene el valor de hacer lo mismo o
porque sabe que no le favorecería tanto como a ella.
Puede que Cristina Pedroche,
dejando a un lado las ganancias de la cadena, sea la mujer más feminista de la
Nochevieja, precisamente porque esa noche se viste realmente como a ella le da
la gana, le resbalan las críticas crueles que le llegan a posteriori y porque aprovecha ese estatus e influencia de presentadora
famosa para propagar y hacer que transcienda su mensaje. Porque un modo de
vestir también es un mensaje.
¡Feliz año nuevo a tod@s de
parte de una mala feminista!