Hacía bastante que quería
escribir sobre esto y al mismo tiempo me costaba mucho, porque supone recordar
cosas que duelen y momentos de la vida de una en los que se toca fondo, pero en
fin, siempre he pensado que si estas cosas se trataran con más naturalidad, si
se hablaran abiertamente tal vez, que no tiene por qué ser así, se vivirían y
se superarían de forma distinta.
Un aborto siempre es doloroso,
incluso si se opta a él, imaginad si es algo impuesto por la naturaleza o las
circunstancias de la vida. Ya no solo es que sea una gran pérdida, sino que
ocurre en un momento hormonal que tampoco es el habitual y todo lo que pueda
ocurrir a nuestro alrededor lo enfrentamos de una forma distinta. Cuando a mí
me ocurrió estaba casi de 12 semanas (3 meses), el umbral , dicen, del peligro:
“si lo pasas, hay menos riesgos de que pierdas al bebé”, lo había oído cientos
de veces, así que visto lo visto, me dije, “Bueno, pues vamos a decirlo ya”, y
parece que al hacer partícipes del acontecimiento a más personas la alegría, los “enhorabuenas” y
todas esas felicitaciones que se dan cuando lo compartes, te generan un
subidón de felicidad que ya tenías pero
que parece que se materializa y hace que se vuelva más real y la cosita
que está creciendo dentro de ti y la posibilidad de tenerla contigo en unos
meses. Ese refuerzo y convencimiento de que lo que viene es de verdad, igual que multiplica las alegrías,
también lo hace con la pena, el sentimiento de vacío y la impotencia cuando una
pequeña mancha roja lo marca todo.
A la pérdida hay muchas cosas
que se suman para que la situación se vuelva más pesadilla: como he dicho, los
desajustes hormonales que ya lleva el cuerpo que ya de por sí influyen en todo,
los cambios que puedan haberse dado recientemente a nivel personal, laboral,
etc, los conflictos que se pueda haber tenido con alguien, las diferentes
presiones… Ufff, todo lo que pueda suceder a tu alrededor cuenta. Por ejemplo, el hecho de que cuando
me hacen pasar a la consulta para explorarme y, sin duda alguna, darme la mala
noticia, no me dejen hacerlo con mi pareja y me lleve ese jarro de agua helada
sola, tumbada en una camilla y ante completos desconocidos; los protocolos
médicos son los protocolos, vale, pero deberían tener en cuenta los
sentimientos de las personas. Después papeleos médicos e ingreso hospitalario,
extracciones de sangre, asignación de habitación y a esperar que la medicación
haga su efecto o prepararse para un legrado, todo ante un limbo emocional y una
incomprensión totales. Yo por suerte no tuve que estar más de dos días en
el hospital, pero esos días se me
hicieron eternos y solo deseaba poder llegar a mi casa y estar sola,
superándolo con mi marido, sin que nadie me moleste y como mucho , recibir de
vez en cuando un poco de consuelo de mi madre. Que mi marido se desviviera por
mí, se encargara de quitar de mi vista todas las cosas que me pudieran recordar
a mi bebé perdido, el álbum de fotos, las revistas de la matrona, las fotos de
la eco o que se encargara de avisar a las personas para que se atuvieran a lo
ocurrido y respetaran ese momento, teniendo en cuenta que él estaba pasando por
la misma pena que yo, fue el acto de amor más bonito que sin duda he recibido
por su parte. En ese momento no fui capaz de agradecérselo porque durante unas
semanas me mantuve en una actitud de letargo y desconexión de todos y de todo
que, podían ponerse a bailar la jota con todo el alboroto del mundo delante de
mí que yo era incapaz, o más bien, me importaba una mierda enterarme de lo que
estuviera ocurriendo.
El resto del tiempo lo pasé
consultando internet, buscando respuestas de por qué me había pasado esto, qué
habría fallado, cuántas posibilidades había de que pudiera suceder… en
realidad, según pone en internet y según los propios médicos, un aborto, sobre
todo si se trata del primer embarazo, es mucho más común de lo que pensamos, le
ocurre a muchas chicas. Pero entonces, ¿dónde están esas 3 de cada 10
embarazadas? ¿Por qué nunca he oído ni conocido a nadie que le haya pasado?
Siendo tan común, a más de una persona de mi entorno debería haberle sucedido.
Así que decidí hablar abiertamente sobre ello y a partir de ahí comencé a
levantar piedras y encontrar esos abortos silenciosos: al abrirme yo pude
conocer de casos de personas que les había ocurrido o que tenían algún familiar
que le había pasado, el problema es que parece que sea un tema prohibido de
hablar, tal vez porque muchas piensen que eres menos mujer si te ocurre o
porque es vergonzoso o que este tipo de
dolor hay que guardarlo dentro, pero yo pienso que no, creo que el hecho de
compartir ayuda a otras mujeres a comprender y suavizar ese dolor. De hecho, el
testimonio más revelador y reconfortante lo encontré en una chica que lo había
compartido en un foro de internet, explicando todo por lo que había pasado y
cómo le había hecho sentir, fue una forma de empatizar muy indirecta pero
eficaz.
El resto lo hizo la paz: me fui
a mi pueblo a estar tranquila y a poner las ideas en orden, poco a poco fui
cogiendo fuerzas y volví a sentir que era la mujer supuestamente fuerte que era
antes de toda esta mierda, me bajó la regla y con ello se regularizó el ciclo
menstrual y eso creo que puso fin a una fase biológica, devolvió la identidad a
mi cuerpo e influyó para empezar a abrir otro ciclo personal además de físico.
Siempre hay dudas de qué pudo ocurrir, tuve miedo de volver a intentar quedarme
embarazada porque no quería volver a pasar por lo que había pasado y no sabía
si mi cuerpo “desechaba” lo que gestaba. Pero según el análisis necrológico de
los restos de mi bebé perdido, que por
cierto, paradojas de la vida, me los hicieron saber el mismo día en que tendría
que haber salido de cuentas en ese primer embarazo: el 16 de enero de 2018, el
problema había estado en que la placenta no se había agarrado bien, que muchas
veces pasa, eso dicen.
¿Qué el miedo sigue estando?
Pues claro que sí, a día de hoy estoy embarazada otra vez, de casi 18 semanas,
he pasado ya el umbral maldito de los 3 meses, estoy a punto de hacerme la ECO
20, la de las garantías, y aún así sigo acojonada porque cualquier anomalía,
cualquier sensación extraña, cualquier sensación rara es un motivo para
escaparme a urgencias para que los médicos se cercioren de que todo está bien.
Por suerte, las ginecólogas de urgencias son ángeles con bata, y siempre me
dicen que, ante cualquier duda vaya en
seguida donde ellas, que para eso están. Y tiene razón, para eso están, aunque
se agradece ver que después de trabajar turnos intensivos te sigan tratando tan
bien.
En fin, lo malo ya pasó pero
aunque parece que fue poco tiempo, que no da tiempo a encariñarse con lo que va
a venir, que se supone que todavía ni siente ni padece, debo decir que jamás
pensé que se pudiera añorar tanto a alguien que aún no había llegado a conocer.
Tal vez porque en realidad ya existía, porque era un pedacito de mí que había
estado viviendo dentro de mi cuerpo, llegué a quererlo más de lo que me
pensaba, la pérdida fue horrible y el dolor inesperado. Ahora hay otra ilusión
en camino, mucho más palpable y físicamente más cerca, pero con respecto al
otro bebé que perdí, prometo no olvidarlo nunca y a las mujeres que pasan por
esto, las animo a que no se callen, que compartan y saquen toda su rabia y su
pena sin ningún miedo, porque eso ayuda muchísimo a otras que se encuentran en
la misma situación y es la mejor terapia para una misma.