Hace varios días, una niña a la que le tengo mucho cariño me
preguntó que si cuando era más jovencita era tan guapa como ahora y yo, a todo
esto, descojonándome, porque nunca me he considerado guapísima de la muerte,
siempre he dicho que soy del montón bueno.
Una vez recuperada la seriedad le
dije la verdad, “Mira, en los años en que
yo iba al instituto, tenía la cara llena de granos, un pelo encrespadísimo y
muy pocas ganas de mantenerlo a raya, llevaba braquets de punta a punta de mi
dentadura (solo faltaba que por mi boca circularan los coches del escalestric),
vestía con chándal todos los días porque me podía más la comodidad y no se me
sumó lo de llevar las gafas de culo de botella porque meses antes había
conseguido que me hiciesen las lentillas”. La cría que se quedó satisfecha,
¿tal vez aliviada?, con la respuesta, o bueno, eso pienso yo. Porque más de una
seguro que agradece saber que no todo lo que se nos vende es real.
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Se supone que esta Barbie se va a dormir... Sin desmaquillar |
Nunca he visto en un catálogo de juguetes a una Barbie
(Cindy, Bratz, Nancy) con una estética en plan maruja o, simplemente, con ropa
cómoda, si hasta cuando sacaban una de Barbie de “andar por casa” ésta iba con
su camisón con encajes, un chándal con purpurina, jamás despeinada e incluso
con el maquillaje de rigor (y sí, la del camisón, la que se va a dormir,
también). Con la experiencia te das cuenta de que, si pones en práctica todos
los métodos y momentos de maquillaje de Barbie, de la única forma en que puedes
acabar es con unos ojos de oso panda, con un rastro que llega hasta las
rodillas.
Pero la culpa de todo esto del ritual de acicalamiento
intensivo, además de las muñecas que van pintadas como puertas, es de las
dichosas series de TV de instituto. Compañeros
tira que va, eran algo más normalitos, pero en Al salir de clase te vendían que con 17-18 años podías ir al
instituto, tener un fondo de armario increíble,
llevar siempre una dentadura perfecta y, por tanto, ninguna necesidad de
ponerte aparato, problemas y tiempo para cualquier cosa menos para estudiar y
responsabilidades como trabajar en un bar después de las clases y compartir
piso con otros adolescentes, sin planearnos ni siquiera cómo leches se las
apañaban para pagar el alquiler, ese fondo de armario, las fiestas, las mechas
y cortes de pelo etc. ¿Y el acné? Como si lo hubieran exterminado. Física o química ya fue el acabose, para
qué hablar más.
Las películas rollo americanada de instituto también han
tenido mucha culpa para que las adolescentes tengan esa presión de ir al
instituto no como adolescentes, sino como mujeres: el mismo plan que Al salir de clase de “la vida es tan
fácil cuando estudias y juegas a ser adulto a la vez”. Al menos no todo es así,
hay películas como Chicas Malas que,
a modo de parodia, explican la auténtica fauna que se mueve por los institutos: las crueles
abejas reina, las empollonas, las gorditas, las frikis asiáticas, las marimacho…,
en esta cinta, el papel de la jodidamente estropeadísima Lindsay Lohan es
buenísimo, porque se mete en la piel de una cría normal, ingenua, fuera de onda
tirando a rarita y que defiende su gran personalidad, pero que inevitablemente
acaba siendo absorbida por los cánones de belleza que marca esa sociedad
estudiantil, terminando por ser, sin darse cuenta, una pequeña zorra
materialista sin personalidad.
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(Al salir de clase) Se supone que estos eran "adolescentes" |
Recuerdo como si fuera ayer mis días de instituto, todavía
éramos muchas las que escapábamos de las frivolidades propias de mujeres
adultas y sacrificábamos el maquillaje mañanero y el alisado de pelo con
plancha por un rato más en la cama. Es que, joder, teníamos 15 años. Después se
abrió ante nosotras el gran templo de Bershka, las que conseguían trabajo allí
para las campañas de Navidad y rebajas eran las putas amas, porque comenzaban a
tener ropa a gogó e iban divinas de la muerte, el resto éramos unas pringadas
que no cumplíamos con el perfil de lo que empezaban a pedir nuestros círculos
sociales y nuestra ropa ya era de risa. Hoy en día se siguen percibiendo lo que
fuimos y en cuál de esos estratos o capas nos encontrábamos. Por ejemplo, yo
sigo apurando mis horas de sueño, por lo que tengo que arreglarme para ir a
trabajar en cero coma, por lo que el resultado de mi aspecto estético es
normalito; a la hora de arreglarme para salir a cenar mi tiempo récord se
equipara más a o menos al que tarda mi marido, así que haceos una idea…; y,
generalmente, cuando tengo que ir a una boda o algo por el estilo, suelo ser
como Juan Palomo: yo me lo guiso, yo me lo como, es decir, yo me maquillo, yo
me hago el pelo. Las que, por el contrario, en sus años mozos tenían complejo
de La Juani de Bigas Luna, hoy necesitan mucho más maquillaje, más modelitos,
más uñas postizas y más (tiempo) de todo lo que tenga que ver con la chapa y
pintura corporal, esto es como la droga, siempre necesitarán más.
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La resistencia |
Las que formábamos (y seguimos formando) la resistencia y
representamos el tercermundismo del acicalamiento y la estética somos como las
meigas: haberlas ailas, pero vamos quedando menos.
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