¿Qué tal van las vacaciones?
Digo, para quienes las tienen, claro
está. Desde luego, la vara de medir no es
la misma para quienes están disfrutando de destinos super cool como una casita en medio del mar de esas de Bora Bora o para
las que se encuentran en un viaje rollo étnico por la India, en comparación a
la familia numerosa que se pilla el apartamento en las atestadas playas de
Benidorm o a quienes eligen la opción económica de llenar el maletero hasta los
topes para pasar el verano en el pueblo.
Aquí todo se paga, sino, toca
lidiar con el caos. Porque ya me dirá a mí la típica madre que lleva a sus tres
hijos a la playa, qué no pagaría por que alguien le ahorrara el proceso de “recogida”:
salid del agua, ni caso, he dicho que salgáis
del agua u os quedáis sin playa para lo que queda de verano (mentira, no lo
vas a poder cumplir, sé realista);ya
salen, se secan, se caen, vuelven al agua a limpiarse otra vez la arena; ahora
a espolsar la toalla que también la han tirado al suelo; vamos fuera de la
arena a
enjuagar esos pies que no quiero que me pongáis el coche perdido, en
fila para enjuagar los pies en el chorrito, ya están todos limpios, ahora me
toca a mí y nos vamos; ¡mierda, se han vuelto a manchar los pies!, otra vez… Horrible,
pero forma parte de la idílica estampa familiar, yo creo que estas cosas,
cuando ya las has repetido tantas veces, ya se pasan con el piloto automático
puesto y punto, por la tarde a ver la telenovela con el ventilador enchufado y
a desconectar de los “monstruitos”.
El tema gastronómico. ¡Qué
gusto esos cruceros por el Mediterráneo donde una puede disfrutar de un “todo
incluido”, sin pensar en nada, solo sentarte y que te sirvan! Si no, siempre
está la opción de las comidas multitudinarias en el campo de los amigos o en el
merendero público, ahí, con toda la solana y el ruido de las chicharras
acompañando. No sé por qué, en esta época asciende el índice de consumo de
paella por día, parece que cuando nos juntamos más de
diez personas no se nos
ocurre otra cosa que hacer, es lo que más gusta, desde luego, y en verano hay
más ocasiones para juntarse, así que paella por un tubo. Pero lo mejor de todo
no es sentarse a comerla, que va, ni el aperitivo mientras el encargado la está
haciendo, más que nada porque tooodo el mundo está rodeado en torno a la paella
mientras se hace, opinando además de cómo se hace: “yo le echaría más sal”, “pero, ¿no le bajas el fuego ya?”, “me parece que
el arroz te va a quedar pasado”, “anda, trae, déjame que remueva un poco”.
Pero, ¡¿Qué remueva ni qué leches?!, la gente no sabe que el o la encargad@ de
hacer la paella es la única persona capacitada y autorizada para meter mano en
ese fogón. Una amiga me comentaba el otro día su propia teoría al respecto: el
escenario que se forma en torno a la elaboración de una paella no es ni más ni
menos que una forma indirecta de observar las relaciones personales de los ahí
presentes, y para mí que tiene razón, porque con una pequeña crítica de “le has echado tarde el azafrán” se puede deducir muchas cosas, se puede
pensar que es un modo de decirle al otro soso, aburrido, despistado… Parece una
teoría muy rebuscada, pero ya lo digo, mucha gente la apoya.
No nos olvidemos del caos que
supone a veces irse a pasar las vacaciones enteritas a la casa del pueblo. Después
de llevar el coche hasta los topes de maletas y bolsas con ropa de todas las
estaciones del año (porque en el pueblo igual te hace frío que calor) y zapatos
para los diferentes tipos de terreno, comida que hay que coger sí o sí para que
no esté podrida para cuando regresemos y otros posibles como el perro o el gato
con todas sus “cositas”, toca descargar y colocar todo en su nuevo sitio para
que en tres semanas haya, de nuevo, que recoger, meter al coche y otra vez a
recolocar, además de limpieza, poner lavadoras etc, etc. Una vez en el pueblo
nos acordamos de que estamos en un microclima y que poco importan ya las
noticias internacionales.
Allí igual tiene el conflicto de Siria o que vayamos
a terceras elecciones, lo único que
prima es estar al tanto del cotilleo local, sino estás socialmente muerta. Y
mucho cuidadín de no ser carne de ese cotilleo local, es decir, que si vas a
una verbena no acabes por los suelos pillando una mierda como un piano que
luego todo se sabe; si eres de las que cada fin de semana se liga un maromo, en
el pueblo mejor frénate, que nos conocemos todos y la reputación se gana y se
pierde con una rapidez asombrosa. Vamos que estamos pilladas por todos los
lados, que aquí todo el mundo sabe lo que una hace. Pero qué le vamos a hacer,
es el destino vacacional más económico, ¿no? Algún precio tendremos que pagar.
Y a todo esto del caos, casi se
me olvidaba, la famosa “Operación salida”. Eso debe de ser para volverse loca.
Estar en una congestión de tráfico bestial y todos los motores de coches a la
vez
envenenando el ambiente, con una calor que te quieres morir, eso de que
miras por la ventana y lo ves todo difuminado, como cuando se escapa el gas y
se distorsiona la imagen(no es que a mí se me escape muy a menudo). Qué
sensación de agobio, y más ahora, que si te olvidas y sales de casa con
chanclas para coger el coche, si la policía
te pilla,te cruje. Si, si, conducir con chanclas ya es oficialmente delito;
y si se te rompe el aire acondicionado no se te ocurra quitarte la camiseta a
pesar de que mueras de deshidratación sudorosa, aunque lleves un bikini recatadito,
porque eso también es motivo de multa, imagino que porque despistas a los
conductores, pero ya ves tú, que despiste vas a provocar en medio de una cola
de tráfico con el coche parado.
En fin, que hay muchas formas
de pasar el verano, unas más caóticas que otras. A mí me encantaría desaparecer
por unas semanas en una playa paradisiaca en busca de tranquilidad y
desconexión, pero por circunstancias, me ha tocado el caos. Pero dentro del caos también hay un poco de calma, espero
que tod@s podamos encontrarla.
¡Feliz caótico agosto!