Pensaba que nunca llegaría el día, lo
veía tan lejano y finalmente ha ocurrido: he cambiado de dígito. Sí, ya formo
parte de ese grupo de edad del que tanto se habla y tantos tópicos se han
escrito, como si se tratara de una subespecie de la raza humana en una eterna
fase de descubrimiento. Hablo de las treintañeras.
Para empezar, debo decir que me
sorprende porque llevé mucho peor cumplir los 29, quizás porque lo asociaba más
al “final”, la despedida de una etapa y los 30, sin embargo, los he recibido
con más tranquilidad, como si mi Peter Pan interior se estuviera resignando a lo que toca, lo que no quiere decir que de vez en cuando no salga a hacer de las
suyas...
He estado leyendo artículos sobre los
tópicos o el manual de las treintañeras estos últimos días, estos varían si se
trata de solteras o casadas, pero en general se las describe como si fueran un
caso aparte, maniáticas, perfeccionistas, obsesionadas por encontrar a la
pareja perfecta si no la tienen, indescifrables y bipolares a ojos de sus
parejas… No sé, creo que exageran, ¿de verdad somos así en general o es que soy
una treintañera novata y no quiero verlo? Exageran, fijo. Sin embargo yo sí que
he experimentado
y me he dado cuenta de algunos detalles en los que
anteriormente no había caído, pudiendo tratarse de más tópicos generales o solo
de mi visión particular, pero no está mal compartirlo:
Para empezar, estoy convencidísima de
que los 30 de ahora son los nuevos 20 y de eso me he dado cuenta al fijarme en mi madre
y en las de su generación y compararlas conmigo y mis amigas: Si hace un par de
décadas (o más), las mujeres llegaban a los 20 con las expectativas de volar
del nido lo más rápido posible y crear el suyo propio, ahora prolongamos un
poquito más la adolescencia y la etapa las locuras y de liarla donde sea (algo
que las de la otra generación no tuvieron), y conforme nos acercamos a los
treinta parece que vamos encontrando una estabilidad laboral, unas ganas de
independencia total(en el caso de que aún no hubiera llegado) y otras inquietudes que planteárnoslas antes
supondrían una sudoración y un ataque de pánico. Las de la generación de mi
madre, deseosas de que hagamos algo ya, no paran de restregarnos por la cara
que a nuestra edad ya estaban requetecasadas y con los dos críos, las
treintañeras de ahora nos dividimos en dos grupos: Las que ya comienzan a
animarse a aumentar la población mundial y las que hiperventilamos ante esa posibilidad, pero ya empieza a surgir la idea, aunque inicialmente con rechazo, eso a
los 20 no se nos pasa por la cabeza ni de coña vamos. Sin embargo sigue existiendo esa fijación (por desgracia) por las treintañeras solteras y que simplemente no quieren seguir los preceptos socialmente establecidos, ¡por dios, que machaque, que las dejen ya en paz! ¡Ni que fueran monos de feria! Precisamente en estos tiempos NO existen esos preceptos y cada una puede hacer lo que le de la gana con su estado civil.
La moda y nuestros estilismos han ido
modificándose, tan sutilmente, que un día te das cuenta de que estás rebuscando
ropa entre los percheros de Springfield
o Zara y de que hace más de una año
que no pisas Bershka. Está claro que
nos hemos hecho a la idea de que los
tangalones, el animal print y los suéteres que enseñan el ombligo ya se nos han
quedado “cortos” y nunca mejor dicho.
También sorprende recordar lo indecisa e
insegura que una podía ser años atrás. El no saber lo que quiero hacer con mi
vida o lo que quiero decir en el momento exacto, la picardía que vamos
perfeccionando con los años, pasamos de tener vergüenza de preguntar a un
transeúnte por la ubicación de una calle a no callarnos nada. Y es que sí que me he dado cuenta
de que a los 30, aunque no sepa exactamente qué quiero (eso creo que no lo sabremos
nunca), sí tengo muy claro lo que NO quiero. Algo es algo, ¿no?
La percepción de la amistad va cambiando
mucho conforme vamos creciendo. Con 20 años puedes tener la agenda del móvil
inflada de contactos con los que ni si quiera hablas o una cuenta de Facebook
con tus 1500 amigos íntimos, en plan competición de quien tiene más amistades y
una vida social tan multitudinaria que los sábados por la noche sabes que
siempre hay plan. Con los años solo quieres tener en la agenda del Smartphone a las personas con las que
realmente hablas, rodearte y salir con quienes verdaderamente son tus amig@s y,
en mi caso, pasas de conectarte a Facebook, incluso te planteas cancelar la
cuenta.
Y por último, pero no menos importante,
¿sabéis eso de que “nunca digas de esta
agua no beberé” o “si las barbas de
tu vecino ves cortar, pon las tuyas a remojar”. Nunca digas que jamás te
vas a tintar o poner mechas, porque las canas llegan, poquito a poco, pero
llegan; no alardees de que a ti no te hace falta cremas o hacer
ejercicio, de
que tienes una genética muy buena, porque la piel tersa de los 20 y su brillo pierden
fuerza; y el privilegio de ser inmune a los dolores de regla puedo corroborar
que no dura toda la vida, jamás volveré a menospreciar a las quejicas que
ponían caras raras y se retorcían de dolor abrazándose la barriga, esos dolores
existen, no era cuento.
Por lo demás, llevo pocos días formando parte de este exclusivo club en el que solo permaneceré diez años,
pero de momento puedo decir que los 30 van a ser tan sorprendentes y divertidos
como los 20, aunque con otra perspectiva claro. Está claro que el Blue Monday no me ha afectado para nada.
Eso que me dice mucha gente que ya lleva tiempo con los 30, de que esta década
se pasa volando, más que cualquier otra, no sé, ya lo comprobaré sobre la marcha.
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