Ya ha llegado el fatídico final, esos días de finales de
agosto, 48 horas antes de que concluyan las vacaciones de much@s de nosotr@s
oficialmente. Momentos de desgana en los que el en último suspiro vacacional se va
perdiendo el tiempo tirada en el sofá viendo un programa de TV que ni si quiera
te gusta u observando a tu pareja cómo juega a la-Box, porque no tienes ganas
de nada. Momentos de limbo.
Y es en esos instantes cuando te das cuenta de lo pesada e
hinchada que te notas…
¡Normal! Si echamos la vista atrás, en las últimas
semanas de vacaciones nos hemos dedicado a apoyar el codo en chiringuitos de
playa y barecitos de piscina. Hay gente que se entrega desde el primer día
después de las barbacoas de Semana Santa hasta el 1 de julio a hacer dietas
para morirse de hambre, renunciando cualquier clase de tapa que se exceda de
las calorías permitidas y en cuanto llega el verano se pasan al extremo
totalmente opuesto: de los zumos naturales a las jarras de cerveza y tintos de
verano; de la pechuga de pollo a la plancha a la carne roja; de las lonchas de
pavo, el queso ligero y las ensaladas a las croquetas, los chipirones fritos y
el morro de cerdo. Pero, ¿y quién le dice que no a esos aperitivos piscineros?
La mesa con amigos, el agua de fondo, el sol… todo acompaña. Yo creo que la
gente se pone a dieta antes del verano, no por la operación bikini, sino para
dejar un hueco extra a todas esas fritangas y bebidas con gas que consumimos en
nuestros días de verano. Que luego decimos “bueno, luego en septiembre me
apunto al gimnasio y compenso todo lo
que he guarreado en los chiringuitos”… Mentira, sabes que no lo vas a hacer,
bastante tienes con quitarte de encima ese letargo y hacerte a la idea de que la cervecita y los
calamares a la romana se han acabado, ahora toca el café a las 7 de la mañana y
el taper de ensalada o comida precocinada para tomar en el descanso del
trabajo.
Pero es ley de vida, lo bueno tiene que durar poco, porque
sino ya no sería bueno. Vamos a ser positiv@s para esperar con más optimismo
las vacaciones siguientes (creo que ya será el puente de octubre) y así coger
con menos desánimo esta vuelta a la rutina. Si las vacaciones de verano fueran
eternas, al final no sería bueno, ocurrirían muchas catástrofes, por ejemplo:
-Todos los días cerveza o tinto de verano + tapa explosiva
acabaría por convertirnos en un globo que tarde o temprano reventaría. Esto, como rutina, no es sostenible en el tiempo...
-La visita diaria a la playa o la piscina para tomar el sol
o ponerse morenas durante unas semanas está bien, si es más tiempo, acabaríamos
pareciéndonos a la vieja de “Algo pasa con Mary”.
-Recuerdo que cuando era pequeña y después de dos meses de
vacaciones cogía el boli para hacer los deberes del cole, se me había olvidado
escribir bien y recuperar mi buena ortografía me llevaba semanas. Unas
vacaciones eternas nos conducirían al analfabetismo, estoy segura.
-Para las que les gusta vivir una aventura loca de verano
para después olvidarse, un amor de verano en un verano eterno sería ¿una
relación permanente? ¿Entonces qué gracia tendría eso de buscarse un amor de
verano? ¡Adiós a los días de pendoneo para muchas! Qué putada, con perdón...
-Con respecto a la depilación: las vacaciones de verano
suponen un uso diario de bikini, que a su vez obliga a un constante y perfecto
mantenimiento en la depilación (ya sea con cuchilla o con cera), ni un pelo hay que dejar a la vista que el sol
lo enseña todo. En invierno puedes permitirte el lujo de no ser tan tan tan
perfecta en ese sentido… en verano NO.
Y podría dar muchas más razones para convencer a tod@s y a
mí misma de que lo poco gusta y lo mucho cansa, de que las vacaciones tienen
que durar lo que tienen que durar y de que añorarlas nos dará más motivos para
coger las siguientes con más ganas.
Ahora, vamos a por septiembre…
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