Ayer estaba muy cabreada como para escribir de forma
racional, hoy el cabreo ha ido a menos, pero ha dejado sitio a la frustración y
al desengaño. Generalmente utilizo este
blog para hablar de temas que, de algún modo, afectan directamente a la figura
de la mujer. Pero bueno, si quiero
ponerme quisquillosa en ese sentido, la semana pasada comenzaba con la
celebración del Día de la Escritora, algo que consideré como un amuleto como
autora, ya que, la semana la cerré con la presentación oficial de mi segunda
novela, Descubriendo a Carla, en Casa
Del Libro Alicante, concretamente el viernes 20 de octubre.
Para mí era un honor presentar mi novela con el supuesto
respaldo de un gigante, en lo que a a librerías se refiere. El evento fue
genial, hubo gente, se habló, se opinó, reímos… en fin, una experiencia muy
buena. Al concluir la presentación me despedí del gerente de mi editorial y de
mi editora, que me confirmaron que algunos ejemplares que ellos habían traído
de Descubriendo a Carla se quedaban
en la librería unos días como parte del proceso. Después hablé con un
trabajador de Casa del Libro que me aseguró que sí, que los libros se quedaban
durante una semana, al menos, y que estarían expuestos en la estantería de
“actualidad”. Yo, confiada, me fui a hacerme un copazo de vino con mi
marido y unos amigos para celebrar que la presentación había salido de p***
madre, contenta y feliz como una perdiz de saber que, se vendiera o no, mi
libro iba a tener la oportunidad, durante unos días, de estar a la vista de
mucha gente.
Ayer lunes, aprovechando que había quedado con una amiga
para comer por Alicante centro y que ella no había podido ir a la presentación,
nos acercamos a la susodicha librería, para que ella adquiriera uno de los
ejemplares que temporalmente estaban ahí. Un inciso: el domingo no abrió la
librería, por lo que el único día que había estado, hasta el momento, mi libro
en la estantería de “actualidad” era el sábado. Mi amiga entró a Casa del
Libro, yo me quedé fuera; al ver que tardaba, me asomé un momento y ella me
hizo la señal de que esperara, en ese momento, creo que el dependiente con el
que hablé el viernes y que estaba por allí me reconoció. Cuando mi amiga salió
del establecimiento, lo hizo con las manos vacías. Según le había explicado el
dependiente, que por su reacción de ¿bochorno? y sus largas explicaciones creo
que me vio y me reconoció, al parecer hubo un error: un compañero suyo había
hecho la devolución de los libros por equivocación (¿en serio? ¿después de tan
solo un día laborable desde la presentación?), que se sentía fatal porque así
no era como había quedado con la autora (o sea, yo) y que inmediatamente iba a
pedir de nuevo a la editorial un libro para ella y, además, otros cuatro (uuufff,
cuidado) para tenerlos durante unos días en estantería.
Por supuesto, tras escuchar la historia no me entraba ganas
de otra cosa que no fuera la de ir a la tienda y montar un pollo en medio del
local. Pero calma, Elena, se supone que las cosas no se solucionan así y solo
voy a hacerme un flaco favor a mí misma; me costó contenerme, pero lo hice e
inmediatamente llamé a mi editora para ponerla al tanto de todo esto, se supone
que esa es la vía “adecuada”. Aunque debo decir que a veces una se cansa de
hacer lo correcto.
Después de todo esto, solo puedo sentirme engañada,
estafada, timada por una de las grandes cadenas de librerías de nuestro país,
donde se supone que quieren dar cabida a todos los autores posibles. Mentira. El hacer una presentación de una novela un viernes tarde-noche y que los libros ya no estén en la tienda un lunes a las 11 de la mañana no es por un error, es la intención de querer quitarse el muerto de encima y no contaban con que alguien fuera a preguntar por él. Si no eres un autor consagrado, un escritor que haya adquirido una rápida
popularidad o una celebridad a la que le ha dado por escribir un libro, no eres
digno de estar en sus locales. Yo creo que en estas librerías hay cabida para
todos y todas, escritores y escritoras, consagrados o nóveles, populares o
desconocidos, pero para eso, hay que reducir, un poquito, los grandes
expositores publicitarios formados por libros de Ken Follet, los altares con la nueva
biografía de Terelu Campos o las pirámides amontonadas de ejemplares de Ruiz Zafón
para hacer un poco de hueco a otros escritores que merecen la oportunidad de
ser vistos, y a la vez que digo esto, a mí me encanta comprar y leer obras de
autores populares y consagrados, no estoy haciendo un complot contra ellos.
Pero las grandes franquicias buscan eso, el
negocio, la forma más rápida de hacer dinero, y se olvidan de lo más
importante: el pedazo de alma, el esfuerzo y el cariño que un escritor deja en
sus libros, durante su largo y difícil proceso de crearlos.
Casa del Libro, la librería de El Corte Inglés, Fnac etc…,
tienen muchos medios para dar la oportunidad de que un libro tenga su pequeño
espacio en una estantería, aunque sea durante una semana. Sin embargo, por mi
experiencia, me he sentido muchísimo más arropada y bien tratada por las
pequeñas librerías y papelerías con las que he contactado para distribuir mi
novela que por todos esos grandes gigantes. Grandes, pero a mi modo de ver,
huecos por dentro, sin identidad.
Espero que, en algún momento, los jefazos y gerentes de esas
grandes cadenas de librerías recapaciten y que en un futuro los autores que apuesten
por esas casas sean mejor tratados. Y ya puestos, espero que esta frustración
que se puede sentir, si a otros escritores o escritoras les ha sucedido lo
mismo que a mí, no les frene a la hora de seguir luchando por sus sueños.