Después de más de mes y medio sin aparecer por la blogosfera por fin he tenido un momento de tranquilidad (y ganas) para sentarme y retomar una de las cosas con las que más disfruto. Lo pienso y no tengo excusas porque, por muy liada que vaya una siempre se saca un ratito para darle al teclado y temas con los que poder llenar los posts no me han faltado: he vivido de primera mano los preparativos y todo lo que rodea a los temas nupciales, porque me he casado, y es normal haber ido de culo entre fotógrafos, banquetes, pruebas de vestido, trata, flores, detalles... pero eso lo dejo para más adelante y de todos modos, lo dicho, no tengo excusa.
Y es que no todo ha sido estrés, porque la postboda y el viajecito de rigor siempre es una gozada y más cuando te escapas a un lugar de esos con historia y que dejan huella.
Porque París es otro mundo. Mira que ya estuve en la ciudad de la luz cuando era una cría, pero unos cuantos años más y la compañía cambian la perspectiva y lo vuelves a ver como si fuera la primera vez que pisas ese lugar.
¿Te puedes enamorar de un lugar? Yo pienso que sí y por muchas razones. En primer lugar, la gente, tenemos ese prejuicio de que los españoles y los franceses siempre se han llevado mal, por aquello de que nos tiraban los cargamentos de fresas en la frontera allá por el 94. Qué rencorosos somos todos, después de tantos años. Pues para nada, dejando de lado intentos destructivos, en París solo me encontré con personas dispuestas a ayudarnos, a dejar lo que estaban haciendo o incluso a cambiar su ruta del metro solo por ayudarnos a no perdernos en esa gran ciudad. Como dice mi abuela, hay más gente buena que mala en este mundo, lo que pasa es que solo nos enteramos de lo malo.
Y qué decir de los lugares con encanto. Estamos acostumbrados, por las grandes películas románticas, a visualizar como el gran monumento de París la torre Eiffel, y sí, razón no les falta a los grandes defensores de esa enorme e histórica torre que, en un principio, era repudiada por los propios parisinos y casi es destruida en dos ocasiones, es una preciosidad, tiene las mejores vistas de la ciudad,es imponente y cuando la ves iluminada te quedas embobada mirándola. Pero hay lugares que pasan más desapercibidos por no ser tan grandiosos y sin embargo tienen algo que te deja un recuerdo aún más grande: el barrio de Montmartre, donde nació el movimiento bohemio y fue la cuna de los grandes artistas del impresionismo, con sus callejuelas empedradas, su plaza de los pintores, sus tiendecitas...; el cementerio de Pere Lachaisse, donde reposan personajes como Jim Morrison, Edit Piaf, Sarah Bernhardt, Oscar Wilde o Maria Callas, con esos monumentos funerarios tan curiosos,por lo que la gente lo utiliza como un lugar de paseo; la librería Shakespeare & Co. en el barrio Latino, tan acogedora que te entran ganas de quedarte ahí una tarde leyendo cualquier cosa, vamos el rincón ideal para cualquier amante de los libros; una siesta en alguna sobra de los jardines de Luxemburgo o en el parque del Galán Verde en l'Ille de la Cittè, que da lugar a infinidad de historias y leyendas. No hace falta pagar una entrada para ver la Mona Lisa o hacer cola en los diferentes monumentos para disfrutar de una ciudad que tiene magia en cada esquina.
En mi caso ha sido el viaje de novios, pero creo que hasta una persona que hiciera turismo sola en Parías jamás llegaría a sentirse sola realmente, aunque está claro que es un lugar al que vale la pena ir en compañía.
Estando en París eché de menos no haber llevado el portátil conmigo porque hay un montón de historias que nos contaron sobre lugares en los que estuvimos que en ese momento hubiese hecho de éstas un tema para el blog, pero luego pienso que qué portátil ni qué nada, si allí casi no teníamos tiempo de parar a comer algo, París es tan grande y hay tantos rincones para ver. Me dejé mucho para ver.
Lo bueno es que mi marido y yo pisamos el Kilómetro 0 que está justo bajo la catedral de Notre Dame, nos dijeron que es una especie de ritual para asegurarnos un regreso futuro a la ciudad, como el que lanza una moneda de espaldas a la Fontana di Trevi si quiere regresar a Roma. Así que espero volver algún día, porque París me ha enamorado.
Este análisis viajero no solo ha sido para contar una experiencia, es una manera de espabilarme de mi letargo post-bodorrio, que me ha tenido varios días ausente y perezosa.
El blog continúa.
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